Jean-François Fogel
En el momento de salir de viaje para Cartagena (Colombia) me entero de la muerte de Ryszard Kapuscinski. En Cartagena, Kapuscinski era, como yo, maestro en la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, FNPI (que le dedica un homenaje en su portal). Sé que al encontrar a los amigos allá estaremos todos de acuerdo sobre lo que hemos perdido: el reportero con más experiencia de una cierta parte del mundo. El reportero del sur, de la pobreza, de los humillados.
Kapuscinski era, como lo escribe el diario El País «uno de los grandes maestros del periodismo moderno y el autor polaco más traducido y publicado en el extranjero». Su presencia física a lo largo de los años en 27 golpes de estado, cuartelazos y otras revoluciones conformaba su leyenda. Pero, aun más, era la mirada más generosa sobre los que no tienen una voz propia.
Un maestro de la FNPI no puede dedicarse a celebrar a un compañero suyo sin ser objeto de una lógica sospecha de «amiguismo» o «sociolismo». Entonces, ni una palabra sobre él, pero dos puntos precisos para los que desconozcan la obra del periodista polaco.
1. Su libro más famoso: sin duda, El emperador, que cuenta la caída del trono de Haile Selassie en Etiopía. Es un libro fenomenal por varias razones. Primero, por una pregunta: ¿qué fue de la vida de un cortesano en una corte imperial? La pregunta es buena, la respuesta apasionante. Segundo, por su descripción del poder: el poder como expresión del dominio psicológico de una persona hacia otra. Tercero, por la escritura: directa, transparente, con muchos sustantivos y pocos adjetivos, sigue siendo un modelo del equilibrio entre el efecto producido y los recursos utilizados.
2. Su mejor libro: en mi opinión, el que fue traducido al castellano con el título Un día más con vida. Es el libro del tiempo detenido, de un reportero estancado y también de la caminata implacable de la historia. Es el diario de un reportero polaco en Luanda, en los últimos meses de la historia colonial de Angola, en 1975. Se van los portugueses blancos. Se acerca a la capital una tropa rebelde que toma el poder por la fuerza y rechaza a los herederos del poder colonial. Es una guerra sin lógica en un país involucrado en un proceso de autodestrucción. Kapuscinski tendría que irse para salvar su vida pero, por el contrario, se queda, sube a camiones, intenta entender combates que no se pueden entender. Su libro se parece al diario íntimo de una persona que espera una muerte ineludible. Claro que no es periodismo sino lo que le pedimos a la literatura: hablarnos de la condición humana a través de detalles triviales de la vida.