Jean-François Fogel
Atravesando Nueva York, uno siente el impacto de la desaparición de Lectorum y Macondo, dos librerías que mantenían una oferta de libros en español. Quedan Amigos en la calle 15 y Roig en la 29 pero, por favor, nada que ver, sobre todo con Lectorum, tremenda víctima del crecimiento de los precios del alquiler. Manhattan es un lugar donde se oye personas hablando en español en cada esquina pero que poco a poco no va a vender un solo libro en castellano.
Ayer, en el Barnes and Noble de Union Square (que es el más grande de Manhattan por la superficie) se podía notar también un receso tremendo de la presencia de los latinos. Hablando de traducciones, sólo había tres en más de diez mesas que abarcan todos los géneros (ficción, no-ficción, conocimiento, auto-ayuda, bolsillos, etc.). La última novela de Mario Vargas Llosa, los «detectives salvajes» de Roberto Bolaño y, de manera inexplicable, un Quijote cabalgando en una área de clásicos en edición de bolsillo. En total, una miseria.
Otra impresión, tremenda impresión, la calidad de las tapas de los libros sacados por las casas editoriales de EE. UU. En el país del marketing se VENDEN los libros con potencia. No basta con ofrecer un título, un autor y una imagen, hay un concepto, una atmósfera y una creación gráfica. Acabo de descubrir un concurso en el sitio de la Book Design Review de Chicago donde hay que votar entre las mejores portadas del año 2007, es decir lo que uno ve en este momento al pasear por las librerías. El nivel es tremendo. La tapa de Small crimes in an age of abundance (pequeños crímenes en una edad de abundancia) que encabeza los votos, por el momento, lo dice todo: es el despliegue de un crimen gráfico, la destrucción del papel en la abundancia de los libros.
Los lectores son regalos, se cogen, con el ojo.