Jean-François Fogel
Se esperaba. Se decía que era ineludible. Por fin ocurrió ayer, en París: la evacuación del Salón del libro. Fue a media tarde del domingo. Lo cuenta Pierre Assouline en su blog. Ninguna sorpresa. Claro que lo que decía la policía (control técnico) no se podía creer. Por fin una alerta consiguió convencer a los servicios de seguridad de que había una bomba en el evento anual que dedicaba su enfoque principal a los escritores de Israel. Se esperaba trastornos mayores de este tipo después de las promesas de muchas organizaciones de solidaridad con los palestinos. Lo único, por el momento, fue esto: obligar a todos los visitantes del domingo a mojarse en la lluvia fría. En relación con la literatura, no hay mucho que decir a parte del aplastante entusiasmo provocado por la novelista Anne Gavalda. Las colas de compradores de su libro que buscan su firma son auténticas plurimarquas de popularidad.
La derrota de la derecha francesa en las elecciones municipales también parecía ineludible el domingo y se confirmó. Catorce de las veinte ciudades más grandes de Francia son de izquierda. La segunda, Marsella, quedó en manos de la derecha, lo que limita la catástrofe para el presidente Nicolas Sarkozy. Es interesante notar la ausencia de artistas entre los participantes en la elección. Sin recordar el siglo XIX, donde parecía obvio tener a Hugo, Lamartine o Constant en una pelea electoral, es obvio que el terreno político se achica para los escritores o creadores franceses. Hablan, firman manifiestos, pero ocupan un espacio cada vez más reducido.
Última cosa ineludible, en una tendencia de fondo, es el número de libros en las librerías francesas. Me explico: la semana pasada leí una noticia en el sitio del diario The Wall Street Journal (de pago y no se puede leer). La información era sencilla: la cadena de librerías Borders había tomado la decisión de mostrar más sus libros, desplegando las tapas en mesas o en estantes. La consecuencia lógica era una reducción entre cinco y diez por ciento del número de títulos disponibles en cada tienda. Y debo reconocer que es el movimiento que se nota en París en las pocas librerías que quedan. Tomo el ejemplo de una pequeña red de las cuatro librerías de L’arbre à lettres. Tienen un éxito notable: tráfico de clientes, negocio fuerte, atmósfera de gran actividad. Pero es notable también el número limitado de títulos en cada lugar. La política de estas librerías (que son de las más dinámicas en París) es proponer una selección cuidadosa de lo que se acaba de publicar más un servicio eficiente para los clientes que piden algo en el mundo real por temor a comprar en línea. ¿Es ineludible esta tendencia para las pequeñas librerías? Creo que sí, aunque noto la apertura de grandes almacenes en los barrios de desarrollo rápido como el distrito 13. Al igual que en la política, la vida de los libros parece muy previsible en París.