Jean-François Fogel
Se me escapó la columna de Alberto Fuguet en el suplemento de libros del diario chileno El Mercurio del día 5 de agosto. Sería peligroso mandar el lector a una página cuyo acceso en la Web muy pronto será restringido. Pero por suerte, Fuguet reproduce sus artículos en su blog. Y, como siempre, su manera de acercarse de perfil a las cosas para enfrentarlas mejor funciona muy bien. Él, que se describe como “escritor/lector”, es excelente escritor cuando habla de su vida como lector.
Esta vez, el lector camina para permitir al escritor una frase obvia “el que no quiere leer, que no lea”. Así de sencillo. Fomentar a la lectura está bien pero no tenemos que producir lectores pues nosotros mismos, los aficionados a la literatura, somos los primero en huir frente a un libro de gran tamaño reconoce Fuguet.
Lo que me atrae de esta confesión es que paso por la misma traición que cuenta Fuguet: tengo que reconocerlo, no terminé Until I Find You de John Irving, un autor que había acompañado desde el principio de su carrera en cada uno de sus libros, incluyendo unos no traducidos en Europa.
¿Tiene que ver esto con el número de páginas del libro de Irving? (824 páginas, en este caso, en la edición americana de Random House). Fuguet responde de manera positiva con la invención de un nuevo factor que relaciona páginas y tiempo de lectura.
“El factor tiempo/páginas, dice Fuguet, no sólo está invadiendo la industria literaria (editar libros más cortos para asustar menos, algo que se podría entender desde el punto de vista de un editor, por ejemplo), sino, y esto me parece francamente fascinante, también está alterando la forma de leer y de escribir.” De ser así podríamos decir Bye-Bye a Proust, Tolstoi, Mann, Hugo, Dumas, etc. lo que me parece inverosímil. Aun más: me parece que Fuguet se equivoca: no rechazamos a ciertas obras clásicas por ser largas sino por perder pertinencia ya fuera de su época o por tener una forma cuya relación con el contenido nos parece equivocada.
Lo que no podemos soportar es la mala combinación entre un formato literario (por ejemplo, la novela larga, que se instala en un relato lento y muy completo y ubica a sus personajes de manera muy cómoda en todos los aspectos de su vida social, psicológica, económica, etc.) y ciertos argumentos. Hay autores que se pierden en su relato. Creo que es el caso de Irving en su última novela, con las referencias interminables a los tatuajes y las visitas repetidas de Ámsterdam que el autor ya visitó en la novela anterior. De verdad, somos buenos, ingenuos lectores. Aceptamos el camino más largo pero hay que entregarnos algo en el recorrido. No importa el número de páginas, pero cada página tiene que justificar su presencia.