Jean-François Fogel
Para entender a los bonaerenses, me decía la noche anterior un americano más porteños que los porteños que hay que entender a fondo "Cambalache". La canción que dice el fondo de la desesperanza tanguera de siempre: "Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé…"
Lo normal es pasarlo fatal. Y es lo que le ocurrió esta tarde calurosa a Argentina cuando el pobre José Acasuso se desplomó frente a Fernando Verdasco en el cuarto partido de la final de la Copa Davis de Tenis. Una porquería, sí, esta derrota que acaba con la tercera final perdida por Argentina.
Más allá de los gritos y los insultos del público, que se pueden escuchar en muchos sitios de Internet (un público es siempre un ser sin elegancia), lo impresionante es ver cómo los argentinos pasan en un segundo de una ilusión eufórica a una tristeza sin remedios en el momento de la derrota. No es que pierdan la ilusión de ganar una copa, es más grave: comprueban que el mundo es "una porquería…" (la otra versión que se escucha a veces es la de la escalera del gallinero donde, a pesar de subir, uno siempre tiene a otra gallina que la caga por encima).
Tres días en Buenos Aires y una derrota bastan para percibir la resignación increíble y triste de los que piensan que la vida es siempre más de lo mismo. En el momento de las últimas coimas vergonzantes del senado se citaba todavía a "Cambalache" como un resumen de lo que es la vida: una porquería, aunque cualquier ser razonable podría entender que no se trataba ayer de otra cosa que de un partido de tenis.
(Leo Purgatorio de Tomas Eloy Martínez, excelente novela de un gran escritor argentino, y tropiezo sobre una frase de su heroína: "lo peor es que he dejado de sufrir"…)