
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Rioyo
Me han llegado las ediciones críticas que Castalia hace de Los Bravos de Jesús Fernández Santos. Una excelente colección de clásicos y en este caso contemporáneo. Hace más de veinte años murió este escritor que leímos de adolescentes y que ahora nos hace regresar a aquellas lecturas. Hay que elegir muy bien las relecturas, ¡queda tanto por leer!, es decir tan bien como las lecturas. Ante tantas novedades, muchas veces muy seductoras, volver a una lectura del pasado es cómo volver a una región conocida aunque bastante olvidada.
Debía tener catorce o quince años cuando leí Los Bravos, nunca olvidé el clima de la novela aunque el argumento se me fuera borrando con el tiempo. Pero aquél ambiente cerrado, desconfiado, sometido de los habitantes de un pueblo perdido en años de posguerra. Un pueblo de montaña al que llegan dos forasteros que todo lo trastocan, el médico y un viajante que no era lo que parecía. Algo de aquél realismo, de aquél ambiente de vida cerrada, de vida difícil, de mundo aislado se quedó en mi memoria lectora. Han pasado cuarenta años, han pasado muchos libros, muchos olvidos, pero vuelvo a éste libro del realismo en español. Un mundo que tuvo otros escritores a los que seguimos, alguno vivo y tan diferente en sus temas y su estilo, como Sánchez Ferlosio. Otros nunca olvidados como Juan Benet. Y dos tan vivos y necesarios como Juan Marsé o Juan Goytisolo. Hay muchos más nombres, Aldecoa, Ferres, García Hortelano, Caballero Bonald, Luis Goytisolo, Sueiro, Matute, Martín Gaite y otros cuantos narradores que nos contaron el pasado desde la escritura de los niños de la guerra. De aquellos que conocieron la barbarie de una época y lo peor de lo que vino después. Eso por hablar sólo de los narradores, aunque Caballero Bonald haya mantenido su doble vida, triple, de poeta y memorialista. Fueron las lecturas de nuestra juventud. Una lectura que nos llevó a los americanos, Faulkner, Hemingway, Capote, Dos Passos.
Escritores españoles que también nos llevaron a los italianos, a los franceses a otros que nos llegaron sin haber leído el Ulises y sin haber leído a Kafka. Después de ellos, de Joyce y Kafka, todo fue diferente. El realismo fue relegado. Volvimos a él por el realismo sucio, por la novela negra. Hasta que regresamos a Faulkner, a él nunca se le deja.
Hoy, volviendo a Los Bravos, he vuelto a las primeras lecturas "serias". Hoy creo que no hay que ser tan serio. Ni tan frívolo.