Javier Rioyo
El otro día, ayer creo, hacía yo la promesa de trasmitir los deseos de muchos para que el maldito Leopoldo María Panero tuviera un premio nacional importante, digno y remunerado. Lo del Premio Cervantes me parecía excesivo, aunque yo no descartaría nada, ¿no era un loco quien consiguió la gloria para Cervantes? Sin embargo, sí creo que otros muchos premios que desde las cercanías oficiales se promueven, manejan o cómo se quiera llamar que sí pensaba decírselo a la ministra en una comida privada que ya nunca tendrá lugar, al menos, no en su condición de ministra. Saludos y los mejores recuerdos y deseos para Carmen Calvo. Los que pretendan saber más de esa ministra que surgió de la palabra, que se revisen la excelente entrevista que el otro día, el sábado 30 de junio, publicaba el diario El País. Se ha ido diciendo la verdad. No creo que se haya ido por decir la verdad.
Y ahora, para seguir con el tono amable, y lo hago, lo mantengo porque así lo siento, dar la bienvenida a un viejo amigo al Ministerio de Cultura. Estoy en una edad que ya los amigos son ministros, ex ministros, premios literarios incluso, premios Planeta. En fin, eso que yo ni me entero, además me siento rejuvenecer más allá de la realidad deformante de los espejos. A mí los espejos siempre me tienen tirria. Soy como un perpetuo caminante del callejón del Gato, uno que siempre está más cerca de su esperpento que de su imaginación. Me imagino una cosa, y resulto ser el esperpento de eso que imagino… Bueno, a lo que quería llegar, a dar la bienvenida a un poeta al Ministerio de Cultura. Creo que es la primera vez. Al menos la primera en democracia. Estuvo muy cerca el poeta Luis Alberto de Cuenca, pero se quedó en Subsecretario o como se llamara su cargo. Y estuvo, al menos esos dicen quienes tienen memoria, el escritor y guionista, Jorge Semprúm. Pero casi nadie se enteró. Por eso escribió un libro sobre su paso por el ministerio. Un libro, por cierto que se lo recomiendo al nuevo ministro. Seguro que César ya lo habrá leído. O si no alguien de su casa. El nuevo ministro habita en un hogar lleno de libros, lecturas, poemas, sueños, literatura… y él, precisamente él, que tuvo voluntad de no ser visto, ahora tiene que dar la cara, la palabra, la obra y además, hacerlo bien. Que haya suerte César, sino siempre nos quedarán las poesías y las melancolías del mundo de Cunqueiro. Siempre nos quedará la imaginación de cómo nos gustaría que fueran las cosas.
Volveré a escribir sobre el nuevo ministro. Mejor dicho, más sobre el periodista, ensayista y poeta que conocí.