
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Rioyo
Respetadme, he crecido con el cine de Berlanga. Cada vez me parecen mejores sus películas y cada vez me gustan más, hasta las que no son obras maestras. Y si hablamos de la unión no santificada de Berlanga y Azcona, la reverencia se agranda. Así que está claro que habrá otros cineastas en nuestro cine pero ninguno más grande y necesario que él. Buñuel aparte, no era sólo español, Buñuel era universal.
Berlanga es nuestro genio más cercano. Un señorito valenciano, burgués ilustrado, liberal pasado por las fisuras y extravagancias de la historia que le tocó vivir, de aquél siglo veinte visto desde una relajada forma de ser español. Un rico venido a menos, pero nunca derrotado. Un ser generoso, pero sin dinero para invitar. Un gentleman que se saca los mocos. Un pornógrafo cercano a la castidad. Un infiel que no pone los cuernos. Un escritor que se ha despistado cazando moscas. Un travestido que nunca se ha quitado la chaqueta. Un guarro muy pulcro. Un tierno despistado. Un perezoso trabajador. Un individualista muy sociable. Un tertuliano misántropo. Un republicano falangista. Un ácrata de derechas. Un izquierdista burgués.
Con los años, el empeño, incluso sin mucho empeño, pero viviendo de éste oficio de correveidile que elegí, me tocó o no me acuerdo como empezó esa cosa de ser periodista, uno va conociendo a mucha gente. Incluso demasiada. Una de las personas que más me complace y emociona haber conocido es a Berlanga. Me gustaría haberlo frecuentado mucho más. Haber disfrutado de su imaginación, de sus manías, de sus pasiones confesadas, de sus ocurrencias y de su peculiar vida. Hemos compartido algunas comidas, algunos cafés y cómo apenas bebe no puedo decir que algunas copas pero sí algunas sobremesas. Muchas cosas que piensa, dice y cómo las cuenta y las dice, son imposibles de reproducir porque pertenecen a su particular y caótico modo de contar y contarse. Un genio desordenado. Su cultura y curiosidad es extensa, singular y despistada.
Fue el segundo peor soldado de la División Azul, esa extravagancia que le hizo combatir al lado de los nazis en la Segunda Guerra Mundial, en las heladas estepas de Rusia, en las orillas del Volkov, al lado del lago Ilmen, dónde pasó vestido de soldado y sin enterarse de dónde estaba el frente- estaba muy oscuro- y con el recuerdo de la mierda humana congelada haciendo una montaña que no le disgustaba recordar. Digo que fue el segundo pero soldado de la historia nada gloriosa- aunque con muchos pobres jóvenes muertos en medio de aquella caótica empresa guerrera- porque también a su lado estaba el peor de todos, el inolvidable Luis Ciges. Su amigo, actor en tantas de sus películas, y con unas vidas paralelas que se fueron bifurcando. Los dos eran hijos de ilustrados burgueses valencianos- más ricos los Berlanga, más ilustrados los Ciges- los dos tuvieron unos padres republicanos y los dos pensaron, que entre otras consideraciones y aventuras, el ir voluntarios a la División Azul serviría para que no persiguieran a la familia. Una española manera de ocultar el pasado, de disimular procedencia, de hacerte perdonar tu condición. A ninguno le sirvió de nada. Ni a Ciges, con el padre ya asesinado y tirado en una fosa común con los parabienes del obispo de Ávila. Ni a Berlanga, con un padre condenado a la pena de muerte, que fue conmutada a cambio de perder gran parte de la fortuna familiar.
Por todo eso, y por muchas cosas más que tienen que ver con la inteligencia y la libertad, en tiempos de Franco, Berlanga fue algo mejor que un antifranquista. Fue un mal español.
PD: Hoy reproduzco el texto que se publica en un libro colectivo gracias a la Mostra de cine de Valencia. Hay nuevo director, tenemos renovadas esperanzas. Si la cosa siguiera por los caminos del espíritu berlanguiano no habría políticos como esos. ¿O sí? Acaso son así para no contradecir la mirada lúcida y esperpéntica de nuestro mejor genio vivo de ese arte del siglo XX. Con algunas propinas, excepciones, en el siglo XXI. Volver a Berlanga. Uno de nuestros placeres asegurados.
He corregido una errata que cambiaba el espíritu del texto y que, lamentablemente, estará para siempre en el libro en que homenajeamos a Berlanga.