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Tintín y la chica que soñaba

Por 12 de enero de 2009 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Javier Rioyo

Durante años pensé que los periodistas eran aventureros, viajeros y justicieros. Creía que el oficio era ser corresponsal en cualquier lugar del mundo donde hubiera emociones. Recorrer países en compañía de un marino malhablado, bruto, bueno y gran bebedor. Acompañarte de perros inteligentes, sabios despistados, policías pardillos, enamoradizas cantantes gordas, amistosos serpas o simpáticos farsantes que supieran moverse por ciudades y continentes en conflictos, guerras o revoluciones. Un universo peligroso, injusto, en perpetua amenaza, entre conflictos y guerras frías. Un mundo raro, difícil, pero que sabía distinguir el espejismo de la realidad. El  bien del mal. Todo era un cuento. También Tintín.

El joven periodista justiciero, el pequeño burgués que nunca envejece, acaba de cumplir ochenta años sin mutaciones. Ni se hace mayor, ni echa tripa, ni se hace de la asociación  de periodistas europeos, ni se sindicaliza. No se le conocen novias, ni salidas de armarios. Nos hicimos periodistas pero nunca fuimos Tintín. Tampoco le abandonamos. La masonería de seguidores de Tintín esperamos islas misteriosas, cetros, lotos azules, orejas rotas, bolas de cristal, secretos templos, vuelos remotos, viajes a la Luna, un Tíbet en paz o el final de las guerras por el oro negro. Al menos así pasaba en nuestro cuento. En nuestra seña de identidad, nuestra fe en las mentiras. Una manera de querer seguir siendo de aquella patria que tenía nombre del tebeo creado por Hergé. La línea clara  está llena de oscuridades. Mientras Tintín sigue igual, como la vida en una canción de Julio, el mundo se sigue enfrentando con una música mucho más vieja, con una letra tan antigua como la Biblia. Hace años que nadie sabe nada de Tintín. Hoy se podría leer a la luz de una vela. Como lo leyeron unos brigadistas belgas en Albacete.

Hace una intifada, Luis Reyes, viajero, periodista y tintinófilo, dijo que Gaza era el "basurero del infierno". El mismo lugar en que los filisteos- los palestinos- hicieron preso a Sansón y con el engaño de cortarle el pelo, "le sacaron los ojos, y lo llevaron a Gaza". Después le creció el pelo y se puso las botas matando filisteos. Ahora, entre el deseo de venganza bíblico, el razonable miedo a los radicales "filisteos" y el fanatismo ortodoxo, vuelve a ser imposible vivir en Gaza. Tengo una amiga que vive en Gaza hace veinte años. En su vida madrileña leyó a Tintín,  y lo abandonó por Carlos de Focault.

Dejó todo por aquellos desiertos. Ahora espera la evacuación. Cuando la vea la dejaré el libro de esa chica sueca, nuestra heroína del milenio, que está en las antípodas de Tintín y que sueña con una caja de cerillas y un bidón de gasolina. Los niños de Gaza no leen a Tintín, ni a Larson. Ojalá algún día puedan leer a Maruja Torres. Una amiga.

Artículo publicado en: El País, 11 de enero de 2009.

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Javier Rioyo

Javier Rioyo (Madrid, 1952) es licenciado en Ciencias de la Información. Periodista, escritor, director y guionista de cine, radio, televisión y dramáticos. Dirigió y presentó el programa semanal de libros Estravagario en TVE 2, con el que obtuvo el Premio Fomento a la Lectura 2005, concedido por la Federación del Gremio de Editores de España. También ha sido responsable de cultura y libros en el programa diario Hoy por hoy de la cadena SER. Es colaborador habitual de El País (escribe para el suplemento semanal Domingo) y de la revista Cinemanía. En televisión, Rioyo ha presentado el programa "El Faro" del canal Documanía y ha obtenido dos premios Ondas en Radio y uno en Televisión. Ha sido guionista de numerosos festivales de música para Canal+, así como de los premios Goya, y de diversos programas de radio y televisión. También coordinó los guiones para la serie Severo Ochoa. Ha dirigido y participado en cursos de Comunicación y Cultura en diversas universidades españolas. Formó parte del Comité Asesor de Alfaguara y ha sido jurado de festivales de cine y premios literarios en varias ocasiones. Es autor del libro Madrid: casas de lenocinio, holganza y malvivir (Espasa Calpe, Premio 1992 Libros sobre Madrid); y de La vida golfa (Aguilar, 2003). En 2005, con su productora Storm Comunicación, realizó la producción ejecutiva y el guión de Miracolo Spagnolo, un documental para la RAI sobre la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno y su primer año de legislatura. También dirigió y produjo Alivio de luto, un vídeo documental en el que entrevista a Joaquín Sabina; así como Un Quijote cinematográfico. En 1994 fundó la productora Cero en conducta, con José Luis López-Linares, con la que tuvo a su cargo el guión y la dirección de Alberti para caminantes (2003); y la producción ejecutiva y el guión del largometraje Un instante en la vida ajena (2003), que obtuvo el Premio Goya al mejor documental; así como de Tánger, esa vieja dama (2002). También ha codirigido con José Luis López-Linares el cortometraje Los Orvich: Un oficio del Siglo XX (1997), y los largometrajes Extranjeros de sí mismos (2001), nominado al mejor documental en la XVI edición de los Premios Goya; A propósito de Buñuel (2000); Lorca, así que pasen cien años (1998), nominado a los premios Emmy 1998; y Asaltar los cielos (1996), nominado a los premios Goya al Mejor Montaje, y ganador del Premio Especial Cine, de los Premios Ondas 1997.

En 2011 fue nombrado director del centro del Instituto Cervantes de Nueva York en sustitución de Eduardo Lago.​ Ocupó el cargo hasta septiembre de 2013, cuando fue sustituido por Ignacio Olmos.​ En 2014 fue nombrado responsable del centro del Instituto Cervantes en Lisboa.​ En febrero de 2019 deja el cargo y pasa a dirigir el centro de Tánger de la misma institución.

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