
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Rioyo
Muchas veces me gustaría escribir como soy. ¿Y cómo soy? No lo tengo claro. Así que tampoco puedo decir que sea como escribo. Es decir, que soy manifiestamente mejorable, al menos hipotéticamente mejorable. Me gustan las mujeres claras y los escritores oscuros. Me gusta Góngora, incluso cuando se le entiende.
Siempre me he sentido cerca de Woody Allen. A los que leemos, a los que seguimos, les sentimos cerca. Es mucho más exacto decir que somos lo que leemos. Aunque tampoco pueda ser verdad. Y a pesar de mi cabreo temporal, puntual, español y barcelonés con Woody Allen, me gusta volver a sus películas y a sus escritos. Hoy me ha llegado en edición de bolsillo su obra incompleta, pero suficiente, que han llamado Cuentos sin plumas, ese homenaje a Emily Dickinson. Allí dice:
"He decidido romper mi compromiso con W. No comprende lo que escribo, y la pasada noche declaró que mi ‘Crítica de la realidad metafísica’ le recordaba ‘Aeropuerto’. Nos peleamos y volvió a tocar el tema de los niños, pero la convencí de que resultarían demasiado jóvenes."
De verdad, contra los coñazos, Woody Allen es un buen refugio. Aunque su mujer no comprenda lo que escribe. Hay otras mujeres. Hay otras lecturas.