Javier Rioyo
Tienen su locura. Aunque tantas veces sólo está en los poemas. Conozco muchos poetas de vida muy tranquila, incluso de vida familiar más o menos convencional. La locura se escapa por los poemas. No deben engañarnos las formas en los poetas, incluso son gentes, muchos de ellos, que pagan los impuestos, conducen sin beber y programan sus vacaciones de verano.
Vuelvo de Colombia cargado de poetas, también de muchas prosas. No tengo información de la vida de algunos de sus mejores poetas. No sé casi nada de la vida de Gaitán Durán, Hernando Valencia, Gómez Valderrama o de León de Greiff. Tampoco demasiado de Eduardo Cote Lamus, tan admirable, tan admirado también por Caballero Bonald. Su hijo Eduardo, otro querido poeta, me regala la obra completa de su padre y me enseña la casa dónde ya nunca vivió el poeta, la casa de la madre viuda que, naturalmente, conservaba los libros del marido. Ahora que los dos murieron, los libros del padre, los cuadros, los objetos hay que repartirlos entre los hijos. Estuve en una casa donde, por últimos días, todavía seguían como testigos de vidas los libros dedicados por Juan Ramón, Aleixandre, Guillén, Dámaso, Alberti, Goytisolo… y otros amigos del poeta que murió, demasiado pronto, demasiado estúpidamente en un accidente de coche.
También en accidente de coche, imprevista e injustamente encontró la muerte otro de los grandes escritores europeos, George Sebald.
Los buenos poetas mueren menos que el resto de los mortales. Van quedando sus vidas, sus amores, sus excesos y sus pasiones contadas en sus poemas. Se quedan sus versos como descendientes, como testigos, como guías de nuestras imperfecciones en la vida. Al poeta Cote Lamus lo miramos en la foto del libro, sonriente controlado, con su traje de elegancia diplomática y lleno -como un niño travieso- de pajaritas de papel, de todo un zoo infantil que recorre su traje, se sube por su cabeza y nos devuelve la imagen menos seria, más cercana del poeta. También los poetas serios son unos locos, aunque saben tener miedo a los ángeles, “un ángel es un ángel pero cae/ y sigue siendo un ángel. Mas, temedle”.
Vivió deprisa, bebió despacio, murió pronto, nosotros somos capaces ahora de darle vida leyéndolo. No sé si es fácil encontrar aquí su poesía, le preguntaré al amigo Chus Visor, si lo hacen, no es mala parada para eso que llamamos vida cotidiana. Los poetas se nos pueden parecer en muchas cosas, se diferencias cuando escriben. Sobre todo si escriben en la hoja de una espada: “Destino es trazar paz adonde gima el pecho. / Crucé la vida hasta la empuñadura: me emparedaron por reliquia, por estar escrita: la estirpe ha muerto y yo me conmemoro.”
Mañana escribiré del más loco de los poetas colombianos, el también buscador de ángeles, de ángeles clandestinos, Raúl Gómez Jattin. Me encantaría regalar poetas, como no lo puedo hacer, regalo algunos poemas.