Javier Rioyo
El que pierde gana. Saber perder. Más vale honra sin barcos. La estética del perdedor. Qué manera de perder. Lo importante es participar. Más se perdió en Cuba. Sólo es un juego… hay muchos lugares comunes para engañar al perdedor, para domesticar al cabreado. Ayer me sentí perdedor, nada nuevo bajo la sombra. La diferencia fue el grado de derrota. Una derrota sin paliativos, sin excusas, sin fisuras, sin salidas. Una de esas derrotas que hacen que los demás te tengan pena, piedad, conmiseración, caridad y buenas palabras. Una derrota justificada. Una manera de palmar que no se arregla ni con escépticos cánticos. Está claro que hemos perdido, que hemos perdido casi siempre, que llevamos una vida perdiendo y que si tuviéramos más vida conoceríamos más derrotas. Así es, al menos así es cuando un equipo te marca en tu propio campo seis goles, seis. Como seis toros bravos, como seis cornadas, como seis puntillas, como seis caminos al matadero… Pues no me gusta. No lo llevo deportivamente. No lo asimilo, ni lo distancio, no me gusta, no me hace gracia, no lo llevo bien y no me gusta que me hagan bromas. Ni aunque las haga -digo, es un decir- Serrat. Y mucho menos si las hace uno de los nuestros -digo, es un decir- Sabina. Una derrota como la del Barcelona en el campo del Manzanares, contra mi equipo, es una patada en el orgullo que nos queda, en nuestra arbitrariedad, en nuestro ser infantiles y querer que gane el mejor, siempre que sea el nuestro. Yo, de un equipo con fama de tantas derrotas, sólo conservo la memoria de tantas tardes de gloria, de dignidad, de valentía o suerte. Porque eso sí, lo importante es ganar. Ganar como sea, con trampas, penaltis, fallos arbitrales o cualquiera de esas otras maneras de saber ganar, aunque sea con trampas.
Pues eso. Que lo pasé mal. Pero porque estaba rodeado de civilizados amigos, comprensivos, cultos, refinados y elegantes seres humanos. Unos falsos. Ninguno, ni uno de los cercanos/as era del Atlético de Madrid. Tuve que soportar bromas, solidaridad, falsas palabras, consuelos. Al menos Juan Cruz, no me quiso consolar, no considera nada a los míos, pero supo no festejar de manera ineducada la media docena de goles. Unos más goles que otros, la verdad. Lo agradecí, porque no me fío de esos gestos de los ganadores. Tampoco de los neutrales. En eso soy como un poeta social. Nosotros somos quiénes somos, basta de historia y de cuentos. Y hoy soy un cabreado perdedor. No me consuela una derrota así ni aunque la liga la pierda el Real Madrid.
Lo siento por mí. Pero lo siento más por un niño, por un apasionado de seis años, por un seguidor del Atlético que se llama Lucas. Por ese niño que hoy sabe más que ayer lo que es sufrir. Y mañana sabrá, un poco más que ayer, lo que es ser humillado por la mayoría de los chicos de tu clase que no son de tu equipo. En fin, que lo siento, por mí y por todos mis compañeros. Ánimo Lucas, conoceremos el placer de ganar… espero.