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Mi bar, mi barra ausente

Por 3 de enero de 2011 Sin comentarios

Javier Rioyo

 

 

 

Si se tuviera que reproducir la esencia de una taberna autentica del sur andaluz, el alma de lo popular jerezano, habría que buscarla en Madrid, en la calle Echegaray y con el nombre de "La Venencia". No quedan purezas de su nivel, ni en Cádiz, ni en ningún lugar del mundo. En "La Venencia", todo está cómo si el tiempo se hubiera detenido. Los carteles de la vendimia jerezana, la vieja radio, el teléfono el espejo con su azogue gastado, las mesas de madera en su altillo, la barra de madera, las mesas frente a la barra, la tiza escribiendo las cuentas del consumo, las botellas tapadas por el polvo, las barricas de los vinos, son parte del decorado real de la taberna. El local conserva otros símbolos: la gata parda y Jorge Laverón a pie de barra, con su media sonrisa en esa cara que es una amable confesión del que ha sabido beber.

Es la única taberna del mundo en la que sólo se sirve vino. Y no cualquier vino, sólo vino de Jerez y Sanlucar. Fino, amontillado, oloroso, manzanilla y palo cortado. Eso es lo que se puede beber en "La Venencia". Ni otros vinos, ni cervezas, ni alcoholes, ni refrescos. Ni una concesión desde que empezó en los años veinte del pasado siglo hasta nuestros días. Los hermanos Criado, que eran muchos y buenos clientes, decidieron a principios de los ochenta que ésta taberna sea su lugar vital y laboral de residencia en la tierra. Cuatro de los hermanos Criado, en compañía del montañero y bodeguero Miguel Canet, y con la aportación de muchos que pensaron que aquél lugar de tantos ritos taurinos, aquel lugar al que antes de entrar había que sobrepasar una vieja cortina, aquél espacio que conoció guerras y posguerras, merecía la pena ser defendido como se defendió Madrid de los fascistas pero con más éxito.

Los dueños son ortodoxos e inflexibles, ni hacen concesiones, ni regalan sonrisas, ni admiten propinas. A "La Venencia" se viene a beber ese vino que llegó del sur y que aquí encuentra su perfecto acomodo para desmentir a los que aseguran que el "jerez" no sabe viajar. Que viaje bien a Londres tenemos nuestras dudas, pero tenemos la certeza de su placentero viaje desde la Vinícola Hidalgo de Jerez hasta las barricas de "La Venencia". Beberlo en las copas adecuadas, en su temperatura- sin haber caído en esas modas del enfriamiento- y en compañía de unas cuantas tapas es un placer de humanos paganos. Para acompañar al vino gratis las aceitunas  de Camporreal o los cacahuetes. Y como tapas hay que gustar sus mojamas, anchoas, quesos, cecinas, lomos o huevas de la mejor calidad. También en el precio han sabido mantener su decencia.

Sobriedad, decencia y luz del pasado son palabras que definen este bar dónde se debería ir para hablar de toros como en los tiempos de las tabernas de Díaz Cañabate. De toros y otras artes con el periodista Laverón, el pintor Lamazares o con  el galerista Chiqui  Abril. Por ahí siguen los espíritus y las presencias de los Dominguín, Bienvenida o de críticos y aficionados de sol y de sombra. Taberna para la charla y la discusión de las derrotas de la izquierda, del estado de salud del Atlético.

"La Venencia" es el bar dónde tendrían que encontrarme si tuviera tiempo para ganarlo a pie de barra. Un lugar dónde uno sabe que el tiempo es nuestro. Un espacio para olvidar las prisas y los experimentos con gaseosa. Al lado de la manzanilla, con la verdad de un palo cortado o la alegría de un fino, con el viejo rito de saber beber a pie de barra, de pagar una media botella, hasta que se estira otro de la pandilla y se sigue bebiendo, se pica una mojama, una excelente cecina y se vuelve lentamente al rito del beber pausado. Pasa el tiempo, hasta que uno se acuerda que tiene casa, cita, familia y otra vida fuera de la taberna. Hasta que uno se acuerda que la realidad es diferente y peor fuera de un  lugar como éste. Una taberna para el refugio de los deseos.

De todas las tabernas del mundo, de todos los bares que uno ha conocido, no hay ninguno igual. Ni siquiera parecido. El lujo es tener la excepción al lado de casa.

Y la excepción en un lugar llamado "La Venencia", así que pasen otros cien años. 

( Articulo no publicado en el libro "Madrid en 20 barras". Los queridos propietarios de esta taberna no quieren fotos. Perdón por esta foto robada, pero el cuello de la chica, la chica entera merecían la pena)

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Javier Rioyo

Javier Rioyo (Madrid, 1952) es licenciado en Ciencias de la Información. Periodista, escritor, director y guionista de cine, radio, televisión y dramáticos. Dirigió y presentó el programa semanal de libros Estravagario en TVE 2, con el que obtuvo el Premio Fomento a la Lectura 2005, concedido por la Federación del Gremio de Editores de España. También ha sido responsable de cultura y libros en el programa diario Hoy por hoy de la cadena SER. Es colaborador habitual de El País (escribe para el suplemento semanal Domingo) y de la revista Cinemanía. En televisión, Rioyo ha presentado el programa "El Faro" del canal Documanía y ha obtenido dos premios Ondas en Radio y uno en Televisión. Ha sido guionista de numerosos festivales de música para Canal+, así como de los premios Goya, y de diversos programas de radio y televisión. También coordinó los guiones para la serie Severo Ochoa. Ha dirigido y participado en cursos de Comunicación y Cultura en diversas universidades españolas. Formó parte del Comité Asesor de Alfaguara y ha sido jurado de festivales de cine y premios literarios en varias ocasiones. Es autor del libro Madrid: casas de lenocinio, holganza y malvivir (Espasa Calpe, Premio 1992 Libros sobre Madrid); y de La vida golfa (Aguilar, 2003). En 2005, con su productora Storm Comunicación, realizó la producción ejecutiva y el guión de Miracolo Spagnolo, un documental para la RAI sobre la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno y su primer año de legislatura. También dirigió y produjo Alivio de luto, un vídeo documental en el que entrevista a Joaquín Sabina; así como Un Quijote cinematográfico. En 1994 fundó la productora Cero en conducta, con José Luis López-Linares, con la que tuvo a su cargo el guión y la dirección de Alberti para caminantes (2003); y la producción ejecutiva y el guión del largometraje Un instante en la vida ajena (2003), que obtuvo el Premio Goya al mejor documental; así como de Tánger, esa vieja dama (2002). También ha codirigido con José Luis López-Linares el cortometraje Los Orvich: Un oficio del Siglo XX (1997), y los largometrajes Extranjeros de sí mismos (2001), nominado al mejor documental en la XVI edición de los Premios Goya; A propósito de Buñuel (2000); Lorca, así que pasen cien años (1998), nominado a los premios Emmy 1998; y Asaltar los cielos (1996), nominado a los premios Goya al Mejor Montaje, y ganador del Premio Especial Cine, de los Premios Ondas 1997.

En 2011 fue nombrado director del centro del Instituto Cervantes de Nueva York en sustitución de Eduardo Lago.​ Ocupó el cargo hasta septiembre de 2013, cuando fue sustituido por Ignacio Olmos.​ En 2014 fue nombrado responsable del centro del Instituto Cervantes en Lisboa.​ En febrero de 2019 deja el cargo y pasa a dirigir el centro de Tánger de la misma institución.

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