Javier Rioyo
Desde hace años soy de la Academia del Cine Español. No muy activo, apenas algo más que pagar paganamente mis cuotas, participar en algún homenajea a esos que admiré y votar en los Goya. No me gusta ir a la ceremonia. No soy gremial. No me siento familia del cine. Ni del periodismo. Ni de casi nada que no sea consanguíneo. No me siento representado, ni me importa, pero está claro que unos "representantes" me gustan más que otros. Alex de la Iglesia es de los que me gustan, aunque no haya entendido casi nada de lo que ha pasado estas últimas semanas. Estoy más cerca de la ley Sinde que contra la ley. De Alex me importan más sus películas que sus opiniones. Siento que se vaya de esta manera porque creo que era un agitador genial de un cine que está sufriendo una larga siesta. Siempre hay excepciones, como iluminaciones, como destellos.
Me han confundido casi todos los que se han expresado en estas miserias de familia puestas en público. Y me da la impresión de que mienten casi todos. Quiero decir que no explican en público las verdaderas intenciones de lo que piensan de la ley, contra la ley, de Alex, de la ministra, de los productores o de los directores. Creo que todos, por distintas razones están mintiendo. Ahí es dónde les siento más cercanos. Hermanos en la mentira. Defensivos, supervivientes, mentirosos, encubiertos en sus máscaras. Otra vez reivindico el derecho a la mentira. Pero sin que piensen que nos engañan. Defender la mentira, hacerlo con la capacidad poética de uno de mis más queridos escritores, José Manuel Caballero Bonald.
Una nueva selección de su poesía en la colección "Palabra de Honor", otra hermosa mentira, que hace la poeta Aurora Luque. En ese "Ruido de muchas aguas", se incluye una hermosa reivindicación del mentir. Se llama "Regla de la excepción"
"No digo la verdad.
Ni ante los dioses pétreos de Micenas,
ni bajo el sacrosanto palio rojo
de aquél volcán de las Galápagos, ni entre las dunas
incandescentes de Doñana,
ni aquí frente al Mar Latino
digo la verdad.
Nadie que escriba reencontrándose dice
la verdad, y además para qué
iba a querer decirla
si la edad finalmente ha invalidado
esos hirsutos tramos infidentes
de la historia.
¿A qué anhelar entonces,
como algunos adictos a los despilfarros
mostrencos de la realidad,
tantos infectos lauros otoñales,
tantos deleites para majaderos?
Esa afición recompensada,
¿conduce a algo distinto a la mediocridad?
Vida y literatura, ¿en qué coinciden?
Sólo lo excepcional es duradero."
(Este poema es un regalo para Alex de la Iglesia, como recuerdo de una madrugada de ostras y champagne en Paris)