Javier Rioyo
¿Por qué razón todos aquellos que han sido hombres de excepción, bien en lo que respecta a la filosofía, o bien a la ciencia del Estado, la poesía o las artes, resultan ser claramente melancólicos?… Así empieza un texto clásico de Aristóteles, Problema XXX, que hace unos meses fue rescatado en una cuidada edición, como es norma de la casa, por la editorial El Acantilado. El breve texto está lleno de intuición, pero también de conocimientos que entonces eran considerados científicos. Un texto todavía tan vivo, tan vigente como la propia melancolía.
Hace unos días, desde que presentimos que se acerca el final de la vacación, que los días ya no son esperanzas abiertas, que cada día es cuenta atrás, que volveremos al tiempo de lo conocido, nos volvemos más melancólicos. ¿O no les pasa a todos? ¿Será que los melancólicos somos seres especiales? Somos los melancólicos más creativos. ¿Seré un elegido por ser melancólico?
Los poetas del “spleen”, que así llamaron los padres poéticos de la modernidad a la melancolía, eran depresivos y bebían absenta. Creadores melancólicos. Los de la antigüedad, la tribu Aristotélica, lo que hacían eran beber vino. Y esos, esos que algunos brutos llaman borrachos, en realidad es que son unos melancólicos.
Sigamos con Aristóteles: “…el vino tomado en abundancia parece que predispone a los hombres a caer en un estado semejante al de aquellos que hemos definido como melancólicos, y su consumo crea una gran diversidad de caracteres, como por ejemplo los coléricos, los filantrópicos, los compasivos, los audaces”… Ya está. Eso es lo que me pasa. Que bebo. Que bebo el vino de las tabernas gallegas. Que bebo el vino de las mejores bodegas y de otras de menos excelencias. Me acabo de dar cuenta de que yo, más que melancólico, soy un bebedor que es capaz de llegar a la melancolía y así me hago la ilusión de que me acerco a los hombres de excepción, a los poetas y otros bebedores.
De repente, leyendo a Aristóteles sobre la melancolía, se me bajaron todos los humos melancólicos. Se me bajaron las ilusiones de ser un artista.
Así también me recordé cuando presumí de poeta -éramos tan jóvenes que nos permitíamos engañar y engañarnos- ante alguna mujer que me gustaba. Lo creyó. Sobre todo lo creyó porque la invité a beber absenta. También es posible que le dijera algún poema de Jaime Gil de Biedma, melancólico, bebedor. Y sin embargo poeta.