Javier Rioyo
Tenía ese libro desde hace años, esperando su momento, como tantos otros que están cerca de nosotros y nunca se sabe si con ellos pasaremos un tiempo o si pasaran al olvido, la pérdida o la venta. Es un libro de viaje a la Patagonia escrito por un, para mí desconocido, escritor argentino llamado Mempo Giardinelli. Se llama Final de viaje en Patagonia y fue el premio "Grandes viajeros" de ediciones B. De eso hace ya ocho años. Hace unas semanas, por razones de logística viajera, busqué el libro, lo leí, disfruté y además encontré dentro de él otras historias de otros libros, de otros escritores.
Muy envidiable la amistad, la relación de Giardinelli con Juan Rulfo. Muy querida su admiración, compartida, convicta y confesa, por el muy admirable Juan Filloy. Pero mi mayor agradecimiento es el descubrimiento de esos raros, olvidados y excéntricos que de vez en cuando aparecen en nuestras vidas lectoras. Me refiero a un desconocido del siglo XVIII, Fray Julio Gómez de Oro y Saavedra, creo que era un jesuita español que en esas tierras americanas, en el siglo XVIII, publicó un llamado "Libro de doctrina y comportamiento", que buscaré a partir de hoy. Mañana sin falta con mis amigos libreros de viejos y raros empezaré la caza. Aunque levantada la liebre, todo resultará más caro.
Del citado libro extrae algunos pensamientos Giardinelli en su premiado libro. Por ejemplo, y para no salirnos del amor a los libros y la lectura:
"Hay gente para la cual escribir es parte de su vida: leen tranquilamente, rezan sus maitines con devoción, conversan con amenidad y pueden redactar opúsculos correctos; estos son los aficionados a la escritura.
Luego están los amanuenses, pendolistas en acción que generalmente fulgen como tinterillos de los poderosos: leen poco y nada, sus oraciones son confusas e insinceras, no hablan sino que asienten, y son capaces de manuscribir cuanta coprolalia les dicten los lambiscones del soberano; ésos son los cagatintas.
Pero hay otros para quienes la lectura y la escritura son, con Dios, la vida misma; ésos son los poetas."
Un poco después moriría Dios. Los poetas y los cagatintas siguen vivos. A cada uno lo que más le plazca.