Javier Rioyo
Decía Voltaire: “Me disgustan los bueyes, caminas demasiado despacio. Quiero gente que ande ligera”. Ya no hay bueyes. Queda su recuerdo. Al menos en España es muy raro encontrar bueyes, ni en Galicia, donde me encuentro, es fácil encontrar bueyes. No es un mundo para lentos. Los bueyes que se anuncian en restaurantes son, generalmente vacas, que son muy pop, pero no son lo mismo. Es verdad que conozco un lugar en pleno páramos castellano dónde un jefe de restaurante tiene unos centenares que busca y compra en toda España. Una rareza.
Ayer, viendo el singular museo de Santiago de Compostela del último de los pintores del surrealismo histórico, el español, gallego y destacado anti estalinista, Eugenio Granell, me encontré con un libro con algunos de sus frescos pensamientos, de sus divertimentos escritos. En el día que nos enteramos que había muerto el director de la lentitud en el cine. Después de que yo reflexionara un poco sobre las virtudes de la lentitud, me encuentro con otras reflexiones, las de Granell sobre la prisa.
Dice, de esa manera tranquila, él que siempre fue un hombre delgado, un hombre que pareció tan activo en sus obras, en sus pensamientos que con el tiempo “más delgados nos vamos haciendo… Y que “todo se hace de prisa. Por eso la gente tiene mala letra, carece de memoria, es nerviosa, flacucha, enfermiza, saltarina y habladora. Como si cada cual tuviese el presentimiento de que en el siguiente minuto, ¡puf!, todo se acabase”.
No sólo el mundo camina ligero, querido Granell, no todo se sucede con prisas, sino que todavía queremos acelerar más. Ahora que no tengo ADSL, ahora que compruebo la lentitud de hacer ciertas cosas, de no poder correr con el ordenador, con la vida de vacaciones, con otras cosas; ahora que se impone la lentitud de las cosas en tiempo lento, de la vida en vacaciones, ahora sí añoro ese tiempo al que Granell se refiere.
Aunque me irrite tanto que no tenga razón en lo de la delgadez, al menos conmigo. Cualquier día de éstos sacaré al delgado que llevo dentro.