Javier Rioyo
Hace meses, creo que cuando era un tranquilo comentarista -antes de ser un pasota bloguero o lo que yo sea en este lugar- comenté un libro muy de moda en el Londres de principios de año. El libro se llama: 1001 libros que hay que leer antes de morir. El responsable del equipo seleccionador de las lecturas -solamente narrativas, no se incluyen los libros de pensamiento, poesía, ciencia…- que debemos hacer para poder morirnos con la tranquilidad de no haber perdido mucho el tiempo es Peter Boxall. Y el resultado era descorazonador para todos los escritores en español que no fueran Javier Marías, Laura Esquivel, Isabel Allende, García Márquez, Vargas Llosa, Pérez Galdós o Cervantes. El resto era silencio. Uno se podía morir tranquilamente sin haber leído a los demás en nuestro idioma. Incluso algunos de los que estaban tenían solo una breve reseña. Está claro que la literatura tiene fronteras. Tiene la gran, la mayor de las fronteras, el idioma… después vienen todas las demás.
Ahora, cuando me disponía a componer mi lista, no sabía si empezar por las músicas o las letras, por las películas o las secuencias, por las rubias o las morenas, por Extremadura o por Segovia, cuando el mensajero llamó a mi puerta. Unos libros. Uno era la esperada edición española de aquel curioso y arbitrario libro inglés.
Esperaba la edición de este libro por muchas razones. Por mi espíritu banal de entretenerme con las listas, por poder leerlo en mi idioma y, sobre todo, porque la edición estaba encargada a mi admirado José Carlos Mainer. El muy apreciado estudioso de nuestra literatura, el profesor Mainer y su equipo -entre los que se encuentra Jordi Gracia, tan estimable conocedor de entresijos literarios de las dos orillas del español- prometían un acercamiento razonado a lo imprescindible de nuestra literatura, que así se incorporaba con normalidad a los 1001 y les quitaba espacio a unos para hacer un hueco a los nuestros. Interesante selección, con su punto de morbo y su evidente arbitrariedad.
Uno lee, escucha o mira lo que le da la gana. ¿O quizá no tanto? Es posible que lo que estamos escuchando, mirando o leyendo desde hace tiempo sea lo que algunos deciden que tenemos que escuchar, mirar o leer. En cualquiera caso me suelen gustar las propuestas de Mainer, me fío y me fijo en sus juicios. También, inevitable en toda selección, me sorprenden las ausencias. Y aún más, algunas presencias. Si tengo tiempo y voluntad las comentaré.
Pero en lo que sí me he entretenido es en contar cuántos libros españoles y latinoamericanos están en la lista. Cuando digo libros es porque algunos, no demasiados, tienen más de un libro. Y cuando digo españoles digo los pocos en catalán, y uno o ninguno en eusquera y gallego. Todos traducidos al español. Y cuando digo latinos sólo me refiero a los escritos en castellano. Hay más o menos 176 libros de nuestra cultura. Unos setenta son escritos por latinoamericanos.
El escritor con más obras es Galdós, con cuatro. Y con tres obras están Borges, Cervantes, García Márquez, Marías, Valle Inclán y Vargas Llosa. Con dos obras, Benet, Bioy Casares, Bolaño, Cela, Clarín, Cortázar, Delibes, Gómez de la Serna, Marsé, Mendoza, Millás, Muñoz Molina, Piglia, Pombo, Puig, Rulfo, Sender y Unamuno. Los que tienen una obra son demasiados para incluirlos. Pero sí contaré que los últimos incluidos son Trapiello y Julia Navarro. Los primeros, El cantar del Mio Cid y el Arcipreste de Hita.
Los que quieran listas aquí tienen dónde entretenerse. Ah, y me gusta mucho esa frase de Eduardo Mendoza rescatada para la solapa de la hermosa y muy ilustrada edición de Grijalbo: “Si tuviera que llevarme un solo libro a una isla desierta, preferiría ahogarme en el naufragio”. Yo tampoco.