Javier Rioyo
El texto de Unamuno tan crítico con los jugadores, con los que nos entretenemos con el azar, con los tontos que cambiamos cartoncitos porque no tenemos ideas, con los que damos golpes a las bolas en un tapete verde y con los que hacemos apuestas en los caballos, en la lotería, la ruleta o las quinielas, me hizo sentirme tan pequeño intelectualmente que empecé a dudar también del ajedrez. Es posible que el ajedrez sea más que un juego, pero quizá menos que un estudio. Y sigue diciendo el sobrio, pesado, listo, duro y algo tramposo de Unamuno que "es cierto que el ajedrez desarrolla la atención…para el ajedrez…como las carreras de caballos, que desarrollan la cría de caballos…de carrera y los juegos florales que promueven el cultivo de la poesía…jocoso-floral".
¡Ya no nos queda ni Unamuno!…Yo prefiero los escritores, los pensadores, los seres humanos más abiertos a las contradicciones. No me creo a los profesores severos, moralistas y seguros. Me gustan muchas cosas de Unamuno, versos, pensamientos, viajes españoles y quijotescos, nivolas, pero no soporto su severidad de comportamiento. Y no me la creo.
Recuerdo que su amigo, gran escritor y excelente novelista, Leopoldo Alas Clarín, era un buen jugador de billar. Aunque muchas veces se arrepintiera de su adicción al juego por perder mucho dinero que burlaba de sus obligaciones familiares. Esa imagen tan desconocida del Clarín jugador, billarista y cercano al mundo de la "golfemia" es uno de los retratos que prefiero del gran escritor. Me gustan con pecados, con imperfecciones, con capacidad de jugar, de ganar y de perder…aunque sea el tiempo en un tablero.
No hay vidas ejemplares. Y si las hubiera que se vayan a tomar por el santoral.
Pensar en la jugarreta, el secuestro, el robo que lo peor de España, los tramposos falangistas, los ladrones de cadáveres y algunos asesinos del franquismo hicieron con la muerte y el entierro de Unamuno, me enternece con él y me irrita con los otros. Es mejor quedarse con ese intelectual que también tuvo contradicciones aunque no fuera capaz de jugar como nosotros, los tontos.