
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Rioyo
Estaba el corrector, el escritor escéptico de su propia obra, trabajando, corrigiendo galeradas de una nueva edición de "Los demonios" de Fedor Dostoievski y le llamaron para contarle aquello. Era un jueves 11 de Marzo del año 2004. Algo dentro de nosotros estallaba, se rompía, producía dolor, indignación, estupor y rabia. De eso, y de la esencia del mal como en sus anteriores novelas, "La ofensa" y "Derrumbe", va la última novela de Ricardo Menéndez Salmón, "El corrector". El que no lo haya leído, el que guste de la literatura, y de la reflexión, que le busque en esa gran editorial, Seix Barral o que vaya a otras "grandes" pequeñas como KRK, Lengua de Trapo o Trea, así podrá contar con la obra completa de uno de nuestros más importantes, duros y profundos de nuestros penúltimos escritores. Es joven, esperamos mucho más, pero éste grito individual y colectivo, ésta manera de bajar a nuestros infiernos tan cercanos, tan recordados y reconocibles nos hace emocionarnos y cabrearnos.
También el escritor se irrita. Y lo cuenta. No disimula una de las figuras nefandas de nuestra reciente historia. No quiere ser rebaño, ni pertenecer a Leviatán. En aquél derrumbado mundo, en ese día que todos parecíamos zombis, que todos éramos cercanos a aquellos viajeros de aquellos trenes, el novelista recuerda a uno de los políticos, al que entonces gobernaba en ésta país de todos los demonios:
"Mentiría si dijera que sentía piedad por aquel tipo del bigote mientras lo veía. En realidad atesoro un corazón jacobino en mi pecho, soy un magnicida in pectore, así que no sentía nada. Si acaso un poco de curiosidad por saber la retórica que estaría empleando el fanático de vegueros cubanos, el lector de Josep Pla, el fantoche que en las horas más tristes de este país nos prometió un mundo mejor, más justo, libre y seguro.
Hoy sé que estaba viendo un cadáver despidiéndose del mundo los vivos. A pocos hombres les es concedido el raro privilegio de hablar estando muertos. A José Mará Aznar López, durante aquellos horribles días de marzo, esa suerte se le concedió en varias ocasiones. Hoy sé también qué, cuando tuvo ocasión de resucitar de sus cenizas, de levantarse por encima de su mentira y volver a hablar como un ser vivo, herido pero vivo, doliente pero vivo, humillado pero vivo, prefirió no hacerlo. (No hace mucho en una comisión senatorial, usando ese verbo del resentimiento en el que es un maestro consumado, ha vuelto a levantar su voz de cadáver por encima de todos nosotros. Zoe y yo, cuando lo vimos regresar por un día a nuestro hogar, bostezamos sin remedio y cambiamos de canal. Su voz hedía.)"