Javier Rioyo
La primera vez que hice una cola en la Feria del Libro de Madrid tenía 21 años, era bastante descreído, y no poco ingenuo. Algo así como un cronopio con pasiones lectoras. Además de las pasiones de todos los caminos salvajes de aquellos años. Era 1974 y Julio Cortázar venía a firmar en la feria. Hicimos la cola, no como la de algunos autores mediáticos de ahora. El autor, aquel gigantón que no envejecía, con su aspecto tan parecido a su icono, firmaba libros y conversaba unos segundos con sus lectores. Con no poca emoción llegamos ante el autor. Casi no supimos qué decirle. El libro novedad que firmaba era Octaedro, en la editorial Alianza. También firmaba el resto de su obra. Su peculiar amabilidad, su interpretación de su propio papel, sus pocas ganas de hablar de los “cronopios”, su cansancio disimulado de tantos lectores que no tendría porqué conocer hicieron de aquel “encuentro” un recuerdo un tanto frustrado, una banalidad, pero también el cumplimiento de un fetichismo que todavía conservamos, de otra manera, con otra relación, con tantos escritores que nos gustan: tener sus libros firmados. Han pasado muchos años. Pero todavía conservo orgulloso aquellas dedicatorias de una primavera de 1974 en la feria de Madrid. No se puede decir que sean muy imaginativas, pero son la firma de un autor que marcó nuestras lecturas y otras cosas. En Octaedro escribe: “Para Javier, cordialmente”. Y en la vieja, usada y querida edición de Rayuela, de Sudamericana, escribió: “Para Javier, con amistad”. Ese me gustó más. No importaba que no fuéramos amigos. Yo podía presumir. El admirado lo había rubricado.
No recuerdo otras colas para conseguir una firma en la feria hasta muchos años después. Ya era un periodista “cultural”, a los escritores los conocía de otras maneras, les hacía entrevistas o tomaba copas con ellos. Pero sí hicimos cola en la firma de Jorge Luis Borges, año 82, y en aquella recordada “Alianza Tres” se publicaba un nuevo título del más venerado de los escritores, un excelente poemario llamado La cifra. Después de la cola, el amable y nervioso Borges, me pregunta el nombre, el apellido le resulta extraño… y lo escribe mal, se lo aviso cuando veo que comienza el error y se queda con error y sin error, más o menos así: “Para Javier Riolyo, con todo aprecio”.
Hoy empieza la feria. La verdad me gustaría volver a la inocencia, a la ilusión de acercarme a un autor admirado para conseguir que una mentira como dedicatoria me hiciera ilusión. No lo haré. Estoy mayor. Y además, me sobran algunas dedicatorias… aunque, pensándolo bien, me faltan muchas. ¿A quién le pediría ahora una dedicatoria?