Javier Rioyo
Ciertamente el toreo es una cosa poco razonable, pero curiosamente es un arte, juego, que necesita racionalidad. Necesita razón. Y también locura. Emoción y conocimiento. Los que ayer pudimos ver en las Ventas a José Tomás no podremos olvidar ese misterio del riesgo y la belleza. Ayer volvió a sonar la música callada. También el clamor de miles de personas fascinados ante las cosas que hacía el torero madrileño. Uno de los más profundos, raros y necesarios que ha dado esta fiesta tan inusual. En momentos de crisis del toreo- sobre todo por culpa del toro y de los negociantes que lo rodean- la aparición de José Tomás, controlando con riesgo y racionalidad toda lidia es una prueba de que no todo está perdido.
Además el torero es republicano. Eso no lo hace mejor ni peor que otros. Pero sí le quita caspa españolista, casticismo derechista y otros tópicos y realidades que desdibujan la fiesta. Nacional, más o menos, pero también republicana. Los otros toreros brindaron un toro al rey. José Tomás brindó al público, a ese pueblo tan desigual y poco republicano que ayer llenaba la plaza. Algunos nos sentimos doblemente felices. Además es del Atlético de Madrid. Uno de los nuestros.
Decía Bergamín: "Un monstruo de la fortuna es el toro. El torero es un laberinto de razón. Si el sueño de la razón produce monstruos, como el Diablo, la razón de soñar hace laberintos, como Dios."
Ayer soñamos la tauromaquia. Nos despertamos y el arte seguía allí, en aquellas dos faenas de una tarde de primavera madrileña. Hay sueños con fortuna.