
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Rioyo
De manera difusa recuerdo cómo me llegó aquel libro, "Detalles", de Hans Magnus Enzensberger, el principio de una gran amistad. La colección se llamaba, se llama todavía, "Argumentos", y el editor, Jorge Herralde. La fidelidad, la relación con "Anagrama", continúa cuarenta años después. Sin duda una de las más duraderas de mi vida. Decía adiós a la adolescencia, sin despedirla del todo- de vez en cuando volvemos a ser aquél domesticado rebelde que un día fuimos- y nos marcó el nombre de una editorial que surgió de la peculiar mezcla de afrancesamiento vía gauche divine y curiosidad por las cosas que pasaban en ese bosque animado al otro lado de los pirineos. Un lugar en dónde nos hubiera gustado crecer. Un mundo que recorría Europa como el mapa de un fantasma provocador, pasaba por Manhattan, se fumaba un canuto en California, visitaba el exilio republicano en México, volvía a los humos en Tánger, se ponía zen en Oriente y miraba el atardecer en Estambul. Un mundo que era ancho y no queríamos que fuera ajeno. Nos hacían falta libros y fugas. Lecturas y escritores. Antes habían estado Carlos Barral, la tropa de Alfaguara y algunos otros dispersos refugios. Después llegaron los bárbaros ilustrados de Alianza, las editoriales del exilio sumadas a otras aventuras que terminaron desterrando nuestro páramo cultural.
Celebramos que hace cuarenta años llegó Herralde y no mandó parar. A su lado, vecinos de vidas y lecturas, caminaban los Tusquets, ya festejados antes del verano. Jorge Herralde ha sido, sigue siendo, el más curioso, apasionado, olfativo y esencial de los editores, el puente con turbulencias que sirvió para nuestro cruce a la modernidad lectora. No era tarea fácil. Sobre todo si recordamos que todo comenzó en oscuros tiempos de censuras y moralidades. Aventurero de una selva que nunca fue fácil por la propia inestabilidad del sector editorial en español y por la ausencia de brújulas para saber movernos en lo que se escribía fuera de nuestro pequeño mundo. Herralde supo abrir camino, superó obstáculos a golpe de intuición, empeño, pasión lectora y suerte. Una suerte que siempre le pilló leyendo. En su ayuda vinieron "La conjura de los necios" y "La hoguera de las vanidades". Al lado de Patricia Highsmith y Nabokov.
Al lado la tribu española desde Javier Marías a Vila Matas, los americanos de Pitol a Bolaño. La sorpresa de Albert Cohen y el necesario Thomas Benhard. O Sharpe y Bukowski . Kapuscinski y Magris. Pombo y Chirbes. Tabucchi y Martin Amis. Barnes y McEwan. Monterroso y Monsivaís, Gubern o David Trueba. Parejas imposibles que nos siguen acompañando muertos tan vivos como Carver, jóvenes tan brillantes como Kiko Amat.
La editorial y su navegación, sigue viento en popa, con sus embarcos y desembarcos, sus novedades a bordo, las huidas a otras naves, sus viajeros y estables. Han pasado muchas tormentas, grandes y pequeños naufragios y estamos convencidos que Jorge Herralde- en compañía de Lali- seguirá siendo uno de esos deseados puertos dónde poder desembarcar con el placer asegurado de no hacer casi nada. Al menos nada mucho más importante que leer un libro del catálogo de Anagrama.
Cuando lo conocí, gracias a Joaquín Jordá y hace veinticinco años en un bar de la calle Huertas dónde cantaba un tal Gran Wyoming, me pareció un perfecto compañero para nocturnas charlas de letraheridos de tragos largos. Un amable caballero. Una atípica imagen de editor. Y también "poco español", como alguien definió a Jaime Salinas cuando llegó del exilio al mundo de "Alfaguara". La imagen idealizada de uno de esos editores que leen muy bien y no escriben. Ha pasado el tiempo y ya no puedo decir lo mismo, creo que son ocho o nueve libros los que ha publicado, el editor/ escribidor Herralde, el mismo que mejoró nuestras lecturas. En fin, nadie es perfecto.
Vuelvo a recordar esa frase de uno de los suyos, Giorgio Manganelli:
"Una persona moralmente irreprochable no escribe libros"
Tampoco hace falta que seamos irreprochables. Ni tan morales. Jorge, gracias por no serlo.