
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Rioyo
No había leído las últimas memorias de Gore Vidal, "Navegación a la vista". Ahora han sacado su edición en "debolsillo" y las he disfrutado en pocas horas. No he sido muy lector de Vidal, pero sí recuerdo sus anteriores memorias. Y algunos guiones de cine. En cualquier caso su pluma, mejor dicho sus "plumas", son interesantes y con ese punto de malignidad y vanidad que tienen tantos homosexuales cultos. Dice de él Luis Antonio de Villena que es "Sereno, vanidoso, esteta y cínico. Como el último romano ante una nueva Edad Media o peor"
Las nuevas memorias arrancan con una confesión que me gusta y me hace pensar también en las marcas culturales de mi generación- nos separan casi treinta años- y lo importante que también, todavía, fueron el cine y los libros. Algo que está cambiando, que ya ha cambiado. Dice Vidal:
"Mientras me muevo ahora, espero que con elegancia, hacia la puerta del letrero de "Salida", se me ocurre que lo único con lo que realmente he disfrutado ha sido con el cine. El Sexo y el Arte siempre han tenido prioridad sobre el cine, por supuesto, pero ni uno ni otro han resultado nunca tan fiables como la filtración de la luz actual a través de esa tira de celuloide en movimiento que vuelca imágenes y voces del pasado sobre una pantalla"
Es el más popular de los fenómenos culturales. Permite hablar a todos estén en Harvard, Bolonia, Calcuta o Almería. Todos hemos estado cerca de Marilyn Monroe o de Cary Grant. El cine nos une con los científicos y los obreros. El cine es nuestro más universal lenguaje. Cada uno lo habla a su manera. Unos apenas balbucean, otros tartamudean y otros nos fascinan con su forma de decir, de hacer.
El cine construyó el mundo de la fama. De la verdadera y universal fama. Después llegó la televisión y la cosa cambió. Ahora estamos en otro momento, en otras redes, otras formas, pero nunca nos podrán arrebatar los recuerdos de las horas del cine.