
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Rioyo
La verdad es que gustaría ver el desnudo de Carla Bruni. Varias veces he confesado mi afición por esa susurradora cantante. Me gustaba antes de que la conociera el tal Sarkozy, y después de que pasara por la cama de algún Rolling. No importa, no soy celoso. También me gustó, y mucho, la anterior mujer de Sarkozy- ¿qué tendrá éste tipo?- Cecilia, la nieta de Isaac Albéniz. Ella, también guapa, inteligente, interesante, no parece tener tanto mercado de desnudos. No sé bien qué me ha llevado pensar en los desnudos. Está claro que leí la noticia de las ventas de las fotos de los desnudos de la Bruni y mi imaginación se disparó imaginando los desnudos. Y de un desnudo a otro.
Será por eso que también está investigando Yoko Ono, ¿qué tienen los hombres en su cabeza? Yo desde luego tengo bastantes desnudos imaginarios.
El otro día, en un homenaje a Albéniz, otro familiar, Alberto Ruiz Gallardón, contó que tenían en la familia una foto de su antepasado desnudo, feliz y mayor. Una foto de un genio cincuentón, un poco tripón y a punto de darse un baño. ¿Cuánto y quién pagaría por ella? Y una foto de Kafka desnudo? Seguro que hay un mercado de los desnudos de los seres que admiramos. Recuerdo una foto de Sabina desnudo. Quizá haya quién la tenga guardada. ¿No tengo yo la de Catherine Deneuve con cara de estar desnuda, aunque nada nos muestre? Pues eso.