Javier Rioyo
Le extrañaba, le parecía imposible al amigo Grifo -¡cada uno se llama como quiere!- que yo hubiera sido en años veinteañeros a la vez descreído e ingenuo. Como dudo de tantas cosas me puse a dudar si efectivamente fui así. Además me hizo reflexionar sobre si se podían ser esas dos cosas a la vez. Así me recordaba, así fui y, ¡oh, sorpresa!, así me sigo viendo. Algunos seres humanos evolucionamos poco, tirando a nada. Recuerdo que me sentí mayor a esa edad, que era la edad en que convencionalmente se llegaba a la mayoría de edad, los veintiún años. Cuando digo mayor, quiero decir que sentí que yo no cambiaría mucho a partir de ese año, de aquél verano. Me pilló en un viaje, siempre me gustó estar en fuga, en el norte de Túnez, huyendo de Argelia y en una noche concreta muy cerca del Cabo Blanco. Desde aquella noche fui mayor. Me crecieron los descreimientos y me siguió acompañando una cierta ingenuidad.
No he dejado de ser aquel escéptico, ese descreído más o menos simulador y amable -uno tiene que supervivir con muchos disimulos- ni me abandona una cierta ingenuidad, que debe estar unida a un optimismo moderado por la realidad. Quizá es una voluntad de no dejar que la realidad te derrote con su tozudez. Ayer, sin ir más lejos, comprobé una vez más esa doble condición que me sigue acompañando. No creía nada, o más bien poco, en los que me disponía a votar. Mi escepticismo, más alguna información, me hacía ver que la cosa no estaba bien. Que esos candidatos no eran los mejores para ilusionar a casi nadie, menos a un escéptico. Pero aún así, con mi escepticismo a cuestas, a votos, me dirigí para cumplir el rito ciudadano. No siempre lo hice. Tuvieron que avanzar mucho los años 80 para creer que el voto, mi voto, debería servir para elegir o negar a esos candidatos que me gustan entre un poco y nada. Fui, voté, pensé que podía valer para algo, que muchos escépticos como yo harían lo mismo, que podíamos burlar a los sondeos… una ingenuidad. Sólo acudimos los escépticos mayores. Los otros, los jóvenes, los que hacen añicos cualquier sondeo, esos pasearon su escepticismo por caminos alejados del voto. No son tan ingenuos.
Volveré a ser ingenuo. Volveré a votar en las próximas. Aunque tenga que volver a perder. Todavía sigo siendo aquél ingenuo escéptico. Pero, eso sí, me sigo considerando un descreído. ¿Seré ingenuo?