Javier Rioyo
Era mi segundo candidato preferido para el Premio Cervantes, aunque igual de merecido que mi candidato perdedor. Yo había pensado que la frecuencia lógica era, primero premiamos a Caballero Bonald, que tiene los ochenta pasados, que tiene una obra en prosa, memorias y poemas incontestable. Y que es el último resistente de la generación poética de los cincuenta, más conocida como "generación del alcohol". Pero está visto que a los premios no se les pide lógica. Aunque a veces, éste año no vamos mal, tengan el acierto de premiar a alguien tan necesario para nuestra letras, para nuestra narrativa y para otras aventuras de nuestra literatura y alrededores como Juan Marsé.
Con Juan Marsé, con "Ultimas tardes con Teresa", "Encerrados con un solo juguete" o "La oscura historia de la prima Montse", nos dimos cuenta que nuestra literatura, nuestra narrativa no tenía que hacernos huir a otras francesas, americanas del norte o del sur o italiana. Narradores como Marsé hicieron posible que la novela española fuera leída con la misma, o mayor, pasión que habíamos leído a los de "fuera".
No olvidaré la avidez para encontrar aquella novela de madurez, de confirmación, "Si te dicen que caí". Una novela que estaba prohibida en España. Había que conseguirla en edición mexicana. Y ya estábamos en el año 73. Aquí no se pudo comprar hasta la muerte del innombrable. Novela realista y genial dónde los protagonistas son los mundos degradados de la posguerra, tan cruel, tan injusta, tan amoral.
Ya siempre quisimos a Marsé. En sus novelas, sus colaboraciones cinéfilas o sus retratos. No se podía retratar mejor que él con unas cuantas palabras. Incluso cuando es un autorretrato:
"…No ha tenido mucho gusto en haberse conocido, habría preferido pasar de largo de sí mismo, pero acepta resignado el saludo hipócrita del espejo y la broma pesada de la vida: al nacer se equivocó de país, de continente, de época, de oficio y probablemente de sexo. Hay en los ojos harapientos, arrimados a la nariz tumultuosa, una incurable nostalgia del payaso de circo que siempre quiso ser. Enmascararse, disfrazarse, camuflarse, ser otro…
Pero no hay nada que le aburra tanto como hablar de sí mismo, así que basta. Vestido de diablo y ligero de equipaje- algunos discos, algunos libros (ninguno de Baltasar Porcel, por supuesto), algunas fotos- se va por fin el infierno. Abur."
También yo soy ese autorretrato. Soy Marsé, escrituras aparte.