
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Rioyo
No tengo mucha televisión en mi vida, y sin embargo creo que tengo bastante. Es decir, me pasé horas de infancia, pubertad y después colgado con muchas cosas que pasaban en televisión. Me gustaba. Dejó de importarme. Se podía vivir sin la televisión. Trabajé algunos años delante, detrás, al lado y de costado en ese medio que quiero y desprecio. Pero ya no soy buen espectador. Me paso días sin saber que hay otros canales que no sean los de cine, las noticias y pocas cosas más. Cuando soy más tele adicto es cuando estoy solo y en algún hotel. Entonces soy un campeón de zapping. Me paro en alguna chica del tiempo, de las noticias, de la tele venta o de los canales porno y me siento un tipo normal que mira la televisión. Alguien tan corriente como un seguidor del Atlético de Madrid, digo, es un decir. Y después de esa nada troceada, hecha pedazos dijo un amigo, vuelvo a ser un tipo que no ve bien, que no sabe, ni contesta, ni le importa, ser un mal espectador.
Llevo unos días, con sus noches, sin televisión. Y no me falta nada, ni siquiera me importó que en mi hotel no se vieran con facilidad los canales españoles, que los europeos fueran italianos y que sólo pudiera cambiar de canal después de una paciencia que no conozco, que no tengo ni quiero. Es decir una semana sin televisión. Una semana bien, gracias. Mañana vuelvo. Y tendré televisión cómoda, tentadora, abierta y cerrada. Un placer. Un gustazo tener. Siempre mejor que no tener. "Tener o no tener", esa sí que es una buena excusa para ver televisión. Antes se llamaba cine.