Javier Rioyo
Oído en el centro de Madrid hace unos minutos. Dos hombres de unos cuarenta años estaban hablando en una calle de mucho tránsito. Uno callaba. El otro estaba tranquilo pero serio y decía: "Yo no acepto esa propina. No cambio mi voto por cuatrocientos euros, ni por ochocientos. Me parece de vergüenza. De falsa caridad. Claro que eso es lo que suelen hacer. Nos subvencionan para que estemos callados, para asegurarse su poder. ¡No les voto!… ¿Has visto lo que pasa en Andalucía, en Extremadura, en los sitios dónde tienen la mayoría de sus votos? ¿Has visto?…Pues eso que se callan porque están subsidiados. Están mantenidos, con cuatro duros, pero con poco trabajo. ¿Tú sabes lo que es el PER? Pues eso. Que conmigo no cuenten. Tampoco les regalaré los cuatrocientos euros, pero no les voto"…
La conversación seguía pero yo tuve que dejar de poner mi oreja, tenía que seguir mi camino. El amigo hablador y el silencioso estaban en horario de trabajo, y con uniforme, eran dos funcionarios del servicio de limpieza del Ayuntamiento de Madrid. Antes basureros.
No era un pensamiento basura el del trabajador hablador.
Me puse a recordar las promesas de Zapatero. El juego del "yo más" en tiempo electoral. Y reflexioné sobre mi voto. Descartada la derecha que está desde hace siglos aliada con lo peor de España. Con dudas sobre los socialistas y con la creencia que un voto fuera de esa posibilidad es poco útil. ¿Qué hacer?
Tomar los cuatrocientos euros. Votar con la nariz tapada. Abstenerme y dedicar ese día a ver películas de Truffaut, por ejemplo. Volver a ver "Los cuatrocientos golpes". La cosa está fea. El talante no es suficiente. Y un puñado de euros no compra el voto de un trabajador, ¿o sí?