
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Rioyo
No recuerdo cómo fue, quién fue y si yo sólo caí en sus tentación. Pero sí recuerdo aquella primera lectura de "Bajo el volcán", querido camino de muchas perdiciones, reivindicación de la borrachera perpetua, amor por las cantinas y reivindicación del placer de beber aunque nos haga daño. Una propensión a seguir los caminos salvajes que todavía no se nos ha quitado. No estamos curados, quizá tampoco lo queremos. Pero ya no somos los que fuimos. Ya no queremos ser como el cónsul Firmin, ni siquiera como el constructor de esos mundos llenos de soledades, de oscuridades, de infiernos cercanos, no, ya no queremos ser como Malcolm Lowry.
Ahora se celebra su centenario. Y la editorial Tusquets edita y reedita su obra. Y volvemos a tropezarnos con ese mundo del que nunca se pudo escapar este hombre que vivió intensamente la aventura y la desventura del alcohol. No cumplió cincuenta años pero nos dejó unos cuantos libros que le mantienen vivo más allá de su afán autodestructivo. Hace años peregrinamos al hotel de Cuernavaca, allí dónde transcurre parte de "Bajo el volcán". Si ya se describe como decadente en los años treinta, en los noventa que fuimos nosotros, aquello ya no tenía más sentido que el espíritu mitómano. Al día siguiente nos cambiamos a otro hotel, otro bar, otra cantina.
También se han publicado en Tusquets sus poemas traducidos por Juan Luis Panero, el poeta que muy bien conoció las sendas de Lowry.
Me siento cercano de muchos, pero de ninguno tan afín como el titulado "Sin miedo al dragón nocturno"
"Todas las nociones de libertad están asociadas al alcohol
y nuestro ideal de vida se reduce a una cantina
donde los hombres puedan sentarse y hablar o tal vez pensar
sin miedo al dragón nocturno.
O quizás otra cantina
sin letreros de "Aquí no se fia"
y con su crédito ilimitado
donde- aparte de innumerables botellas de cerveza-
nos podamos sentar- bien borrachos
y lo suficientemente locos-
a escribir tratados sobre una tierra prodigiosa
en la que los hombres beben un vino maravilloso
que les emborracha suavemente, sin vómitos ni resacas,
mientras tejen el sueño de otra cantina
en la que beberán siempre gratis,
con la puerta abierta, mirando pasar el viento"
Sabía que caminaba hacia la muerte pero nunca dejó de beber. Nunca encontró esa cantina de puerta abierta, ni se pudo sentar mucho tiempo mirando el viento. Nos dejó sus libros, su vida aventurera y un epitafio:
" Malcolm Lowry
fantasma del Bowery
retórico en su prosa
borrachera penosa
de noche vivía, de día bebía
y tocó el ukelele hasta el último día"