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Volar en círculos

Javier Fernández de Castro

Cuando en 1989 cayó el Muro de Berlín cundió la certeza de que, entre otras muchísimas consecuencias de mayor y más profundo calado, a John le Carré  “se le había agotado el tema”. Preguntado al respecto el propio escritor se mostró muy crítico con la conducta de  un enemigo que había cometido “la grosería” de rendirse (sic). 

                Pero claro. Leyendo ahora Volar en círculos resulta que el John le Carré espía ya le había advertido mucho antes al John le Carré escritor que el mundo estaba cambiando y que su conocimiento del mismo empezaba a ser muy deficiente y  desfasado. Según lo cuenta él mismo, la revelación de tal desfase tuvo lugar en 1974, es decir, quince años antes de que todos los servicios mundiales de inteligencia (?) se enterasen por los periódicos de que había caído el Muro de Berlin y que la URSS, y por lo tanto los diabólicos espías soviéticos empeñados en acabar con el bienestar y la felicidad de Occidente,  ya no iban a meter miedo nunca más a sus lectores.     

                Por lo visto, ese año de 1974 le Carré  tuvo que viajar a Hong Kong  para el lanzamiento mundial de su novela El topo, en cuyas páginas se incluye una espectacular persecución a bordo de los transbordadores que unían la parte insular y la continental de la entonces todavía colonia británica. Con las infinitas precauciones que toma un trabajador  editorial cuando debe comunicarle una pésima noticia a uno de los autores estrella de la casa, le Carré fue informado de que aquella  persecución no tenía sentido debido a que por las fechas en que está ambientada la novela ya había entrado en servicio el túnel submarino que comunica ambos sectores de la capital. “Para mi eterno bochorno, me había atrevido a escribir ese pasaje desde mi escritorio en Cornualles basándome en una desfasada guía turística y ahora estaba pagando el precio”, escribe le Carré, y añade:  “Me di cuenta de que la madurez me había vuelto gordo y perezoso y que estaba viviendo de unas reservas de experiencia pasada que se me estaban agotando”.

                 En consecuencia,  todas las novelas que escribió a partir de entonces seguían más o menos el siguiente esquema: primero inventaba y desarrollaba en casa la trama al completo, con los paisajes, los personajes, los  conflictos y el desenlace final. Y una vez decidido todo ello, viajaba al lugar de los hechos para conocer de primera mano los escenarios y recurría a las viejas amistades y contactos que tuviese en cada país para informarse de las circunstancias que se vivían en esos momentos y encontrar los modelos que mejor  respondiesen a los rasgos físicos y morales que él les había atribuido en casa a sus personajes.

Su peregrinar por diversos países (Camboya, Vietnam, Israel, Palestina, Rusia, América Central, Kenia, el Congo, etc.) le resultará familiar a todo buen lector de le Carré,  que ahora tendrá  ocasión de conocer una satisfactoria cantidad de datos y curiosidades relacionadas con las novelas que transcurren en cada uno de aquellos países.  

Pero Volar en círculos no es un libro de memorias y no parece que lo vaya a escribir nunca. Al fin y al cabo para qué molestarse en redactarlas si nadie va a confiar en los recuerdos de alguien que, como espía y como escritor, ha hecho de la mentira (la ficción) un modo de vida. Hay un David John Moore Cornwell (su nombre real) que mantiene compromisos de confidencialidad y que es hombre discreto, amigo de sus amigos y poco dado a los chismes y maledicencias salvo que se trate de su propio padre, al que dedica un capítulo prolijo y demoledoramente venenoso. Cabe aclarar sin embargo que era un pájaro de cuenta y no merecía menos.  Los fragmentos del diplomático y hombre de mundo son correctos pero muy contenidos y, como he dicho más arriba, repletos de informaciones y detalles sobre sus novelas y el proceso de redacción de las mismas.

Pero también está el John le Carré escritor y sus intervenciones suelen ser esporádicas aunque geniales. Pongamos por ejemplo los gangsters a los que entrevista en Rusia, el puñado  de jóvenes y aguerridos  combatientes palestinos que le sirven de escolta durante su visita a Arafat,  los corresponsales que le acompañan en sus visitas a las zonas más conflictivas de  Camboya, Vietnam y el Congo o, por no hacer interminable la enumeración de personajes pintorescos, patéticos o heroicos, ahí está esa admirable mujer llamada Ivette Pierpaoli  a la que conoció en un Phnom Penh en vísperas de caer en las garras de los jémeres rojos y que le suministró el personaje que interpreta Rachel Weisz  en El Jardinero fiel. No obstante, y aun a riesgo de parecer insistente, mis favoritos son los encuentros con Margaret Thatcher y Francesco Cossiga. Puede parecer imposible pero los reduce a escombros a ambos de la forma más cariñosa y simpática que imaginarse pueda.

 

 

Volar en círculos

John le Carré

Traducción de Claudia Conde

Planeta

                  

 

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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