
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Fernández de Castro
Verano griego
Hay escritores de viajes y viajeros apasionados. Jacques Lacarrière es de los segundos. Entró en contacto con Grecia en 1947, cuando el país estaba en plena guerra civil. Y no sé qué tienen los griegos cuando pelean pero desde Homero hasta la edad moderna cuando alguien les ha visto matarse ha iniciado con ellos una de esas relaciones que cambian la vida.
Sin necesidad de remontarse a la Grecia heroica, dos personas tan diferentes como Patrick Leigh Fermor y Kevin Andrews quedaron atrapadas al mezclarse con griegos en pie de guerra y ya nunca más volvieron a recobrar el camino que llevaban hasta entonces. Patrick Leigh Fermor fue enviado a Creta como oficial de enlace durante la feroz oposición de los isleños a la ocupación alemana. Debido a la intensidad de los sucesos vividos en aquella contienda, el exquisito escritor británico estableció con Grecia una relación amorosa que dura hasta hoy. A sus noventa y cuatro años, "Paddy" continúa viviendo en un ignoto rincón del Peloponeso y ni siquiera la muerte de su compañera de toda la vida le ha animado a regresar a Inglaterra. Se considera un griego más y está donde tiene que estar.
Kevin Andrews por su parte no fue tocado por el don de la longevidad, pero lo compensó a fuerza de intensidad. También él conoció Grecia en guerra – en su caso ya había acabado la II Guerra Mundial pero en cambio estaba en su momento álgido la contienda civil – y tras casi romper todos sus vínculos con Estados Unidos también él se quedó a vivir donde creía que era su lugar natural.
Jacques Lacarrière no experimentó uno de esos devoradores coups de foudre que todo lo arrasan pero en cambio inició una relación amorosa basada en apasionados encuentros y largas distancias que también le iban a durar toda la vida. Fue a Grecia formando parte de una compañía de teatro universitario pero su implicación con el país fue total, y no deja de ser significativo que sus cenizas formen parte actualmente de la isla de Espetsas.
En su Verano griego se cuentan más bien los encuentros que las distancias, en el sentido de que no es el relato de un viaje que empieza y termina en sí mismo sino muchos relatos y muchos viajes a lo largo de casi veinticinco años. Y hay capítulos espléndidos, como el relato de sus estancias en las montañas santas de Atos, o los titulados "Los cipreses de Antígona" y "Los olivos de Delfos", por citar algunos.
Sin embargo, según avanzas en la lectura se va poniendo de manifiesto una circunstancia poco habitual. La Grecia clásica que todavía pervive en la Grecia moderna es para los occidentales la experiencia más próxima a un universo en el que los dioses conviven con los humanos y mantienen con éstos querellas que muchas veces son una prolongación de sus propias querellas. Porque estamos muy acostumbrados a interpretar el mundo desde la perspectiva del monoteísmo, nos fascina la sola posibilidad de una deidad múltiple y cercana (o al menos que no se oculta tras una zarza ardiendo un lo alto de un monte inhóspito). Y el viajero medio suele resaltar justamente ese rastro casi tangible que los dioses han dejado en alguno de sus lugares más frecuentados. Pero no así Lacarrière, un gnóstico de convicción profunda aunque sin aspavientos. No cree en otra posibilidad de conocimiento que la derivada de la experiencia sensual y no va por Grecia rematando dioses ni desenmascarando impostores, pero desde luego el suyo es un discurso radicalmente laico. En Atos, por ejemplo, le interesa profundamente cómo es aquel universo y cómo se las apañan los monjes para vivir su espiritualidad en semejante lugar. Pero en ningún momento cuestiona el porqué de esa clase de vida, ni la razón última de la vida monástica.
Creo que es esa laicidad sin alharacas lo que sedujo a Lawrence Durrell. En su correspondencia con Henry Miller (que fue quien le puso tras la pista de Les gnostiques, de Lacques Lacarrière) Durrell el mitómano, el más fervoroso creyente en la persistencia de los dioses en la Grecia actual, se dice admirado por la clarividencia de ese libro, llegando incluso a decir que podría haberlo puesto como prólogo de su Cuarteto de Alejandría. Y esa influencia volverá a ponerse de manifiesto en el Quinteto de Avignon, ahora reeditado por Edhasa. Y por descontado que de cuando en cuando sale el Lacarrière erudito y de tono profesoral, pero lo que dice no sólo es pertinente sino que lo compensa de sobras con sus descripciones de paisajes y gentes que le salen al paso, en absoluto sacralizados.
Verano griego
4.000 años de Grecia cotidiana
Jacques Lacarrière
Altaïr