Javier Fernández de Castro
Esta novela podría ser un ejemplo excelente para ilustrar la distancia que media entre “decir” y “hacer” tal y como lo entendía el viejo maestro griego cuando advertía a sus alumnos que debían hacer lo que les decía y no lo que él hacía. En esta advertencia resulta fácil percibir la primacía que se otorga a la conducta (hacer) sobre la siempre sospechosa palabra (decir)r. En castellano es posible detectar idéntica primacía en el precepto que aconseja predicar con el ejemplo, o en ese otro según el cual, “por sus obras los conoceréis”.
Ve y pon un centinela (el título corresponde al versículo 21,6 del Libro de Isaías) es una novela magnífica y rebosante de ternura, dinamismo y energía mientras cuenta lo que hacen, dicen y piensa los personajes, ya sea en el presente o tiempo atrás. Sin embargo, el poderoso flujo narrativo se estanca cuando se trata de decir, por ejemplo, lo que unos y otros opinan sobre temas tan pantanosos como son el racismo o los derechos civiles de blancvos y negrosd. Por desgracia, el tiempo dedicado al decir es considerable y Ve y pon un centinela termina quedando por debajo de la tan exitosa como justamente aclamada Matar a un ruiseñor.
Ambas novelas fueron escritas en plena década de los años 50, cuando el racismo y la reivindicación de los derechos civiles dominaban los debates a escala nacional. En las dos tales temas juegan un papel esencial. La gran diferencia estriba en que Matar a un ruiseñor sólo cuenta, o escenifica, o pone en evidencia lo injusto de una situación, mientras que Ven y pon un centinela dedica demasiado tiempo y energía a decir la injusticia que entraña el hecho de conceder a una parte de la población unos derechos que le son negados al resto de la población.
Como se recordará, Matar a un ruiseñor tenía tres líneas narrativas: una de ella eran las cosas y casos que tenían lugar en un pueblo diminuto de Alabama en los años treinta; otra línea era el aprendizaje vital que estaban llevando a cabo una niña de seis años llamada familiarmente Scout, su hermano de diez años, Jem, y un entrañable amigo de ambos, Dill. La tercera y más comprometida vía narrativa era la complicada defensa que Atticus Finch, abogado y padre de Scout y Jem, hacía de un joven negro acusado de violar a una mujer blanca. Curiosamente, ese gesto altruista pero casi temerario se menciona como de pasada en Ven y pon un centinela. Parece ser que esa primera novela fue rechazada por todos los editores salvo por uno, que se ofreció a publicarla si Harper Lee primero accdedía a desarrollar el apenas esbozado tema de la violación y la intervención del honesto abogado pueblerino.
Podría decirse que finalmente aquel editor tenía razón porque una vez que pese a sus lógicas reticencias Harper Lee entregó Matar a un ruiseñor, ésa versión tuvo un éxito fulminante refrendado por la obtención del premio Pulitzer de ese año (1960). No mucho después, la versión cinematográfica firmada por Robert Mulligan no sólo obtuvo tres Oscar sino que consagró para siempre a Gregory Peck en el papel de Atticus Finch, el hombre íntegro y defensor de los débiles que todo el mundo quisiera tener por padre.
Pese a que, como queda dicho, cronológicamente sea anterior, los hechos que se cuentan en Ven y pon un centinela tienen lugar veinte años después del juicio al joven negro. Scout, ahora conocida por todos como Jean Luise, tiene ya 26 años y vive desde hace tiempo en Nueva York. Por ideología y por elección afectiva, está en total descuerdo con las costumbres y conductas que imperan en el pueblo donde nació y se crió. Además, Jem ha muerto, Dill vive en Europa sin demostrar la menor intención de volver y Atticus es un anciano lleno de achaques y carencias. Los cuidados de la tía Alexandra no bastan y, pese a que se defiende con uñas y dientes, debería ser Jean Louise quien se ocupase de él. Una de las razones que ella tiene para no abandonar Nueva York y asumir el papel que le corresponde en el pueblo es Hank, un joven de mala familia que actualmente hace de mano derecha de Atticus en el bufete de éste y al que todo el mundo considera el heredero natural y, de paso, el marido natural de Jean Louise.
Las relaciones de ésta con su familia y con Hank, así como con los demás habitantes del pueblo, se cuentan entreveradas de deliciosos recuerdos y escenas de la infancia, algunos decididamente geniales, como el incidente de los pechos postizos de Scout durante un baile en el instituto. Para expresarlo en los términos que utilizo aquí, tanto en Matar a un ruiseñor como en gran parte de Ven y pon un centinela los hechos, las ideas e incluso los fundamentos morales que rigen las conductas son pura narración, es decir, encarnados en la acción y no expuestos en forma de discursos. Cosa que no ocurre cuando Jean Louise plantea el problema del racismo, un tema para ella de vital importancia y al que se opone apasionadamente. La desgracia es que encima der ser expuestos de forma prolija y reiterada tanto sus argumentos como las posibles medidas a tomar han quedado en gran parte obsoletas porque la situación de la población afroamericana ya no tiene mucho que ver con la que se daba en la época en que están ambientadas ambas novelas.
Ve y pon un centinela
Harper Lee
Traducción de Belmonte Traducciones
Harper Collins