
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Fernández de Castro
Que la poesía se ha convertido en una actividad vocacional y casi clandestina es un hecho, por desgracia, largamente probado. Resulta curioso ver a los poetas jóvenes de provincias acudir a la conferencia magistral o cualquier otro acto social oficiado por un Maestro. Por lo general se camuflan en las últimas filas o incluso aguardan fuera a que terminen los aplausos y los parabienes. Y entonces, en un discreto aparte, proceden a un intenso intercambio de libritos de poemas casi clandestinos, algunos impresos a costa del propio autor. Buen conocedor del ritual, el Maestro nunca sale de viaje sin echarse al bolsillo un puñado de sus propios libritos que entrega a cambio de los que le aportan los jóvenes vates. Un saludo cariñoso por parte del Maestro, y no digamos un elogio público a costa de algún librito anterior, son como un espaldarazo para el poeta novel, que ve de pronto aumentar su prestigio y autoridad ante sus pares. Lo vi hace años con Jaime Gil de Biedma y Gabriel Ferraté, y lo he visto después con Pere Gimferrer y Félix de Azúa. El prestigioso poeta te abraza y felicita públicamente. Que más puedes pedirle a la vida, pues si lo que esperabas eran piscinas y mujeres de lujo está claro que te has equivocado de oficio. O de época.
Y si esto describe con más o menos justeza la situación de la Poesía contemporánea, pedir a un lector normal y corriente que preste la atención debida a un libro como este, dedicado a la poesía cortesana del siglo XV encarnada por los Manrique suena como a desatinada prédica en el desierto. Con el agravante, sea dicho a favor de quienes se muestren reticentes a embarcarse en semejante aventura, de que hasta cierto punto tienen razón.
El tiempo, ese mismo tiempo frente al que tan altivamente despectivo se mostraba el propio Jorge Manrique, es inmisericorde en su labor destructiva. El autor de la antología, Vicenç Beltrán, ha realizado un notable esfuerzo a favor de la comprensión y para ello ha actualizado las formas fonéticas, morfológicas y léxicas propias de la época y que tanto fatigan al lector actual.
El resultado es un lenguaje diáfano y que se lee sin la menor dificultad. A pesar de lo cual ningún antólogo/adaptador puede (pues cómo podría) reconstruir en su totalidad el ámbito de significación que multiplicaba el sentido último de una poesía, y que para los contemporáneos era evidentísimo. El propio Vicenç Beltrán afirma que, si fuera posible recrear el aparato crítico adecuado, a partir del poemario de Gómez Manrique se podría trazar no sólo la trayectoria biográfica de su autor sino un análisis de la situación política y el devenir histórico de su época. Pero el ejemplo más claro quizá sea el de las "Coplas" de Jorge Manrique, sobrino del anterior e hijo de don Rodrigo Manrique, gran señor y comendador de la Orden de Calatrava. Sus lectores de entonces, gente conocedora de los vericuetos de la poesía de la época, supieron ver los mismos valores literarios, morales y místicos que todavía impresionan al lector actual. Y por descontado que también ellos debieron de estremecerse ante la idea de que tanto los señoríos como los ríos iban camino de ese mar que es el morir, "derechos a se acabar e consumir".
La gran diferencia entre ellos y los lectores actuales estriba que en su momento todo el mundo sabía que esas coplas tan sentidas y honestas eran además un manifiesto político de manifiesta intención, pues a raíz de la muerte de su destinatario la familia Manrique estaba pasando serías dificultades y tenía gravemente comprometidas su ascendencia política y su patrimonio. Resaltar la fidelidad a la Corona del fallecido, recordar (con la debida humildad, eso sí) los grandes servicios prestados a los futuros Reyes Católicos y poner de manifiesto las persecuciones que por ello había sufrido el finado era una forma de reivindicar su propia causa y de poner de manifiesto al servicio de quién estaban su fidelidad y su espada.
Que Jorge Manrique muriese con las armas en la mano durante una escaramuza librada en 1479 a favor de Isabel la Católica fue otra de las muchas ironías de la tan maldecida fortuna. En primer lugar porque no le dio tiempo de sacar rédito alguno a sus afanes bélicos y en segundo lugar porque, muerto sin haber cumplido los cuarenta años de edad, no llegó ni a sospechar que la tan despreciada fama (¿qué se hizo del rey don Juan?/ los infantes de Aragón,/¿qué se hicieron? ) le iba a deparar el rarísimo honor de que, quinientos años después, cualquier persona medianamente culta puede recitar de memoria el arranque de las "Coplas" y al menos unos cuantos versos dispersos.
Pero si antes se ha utilizado el término "aventura" para describir el acto de leer (leer a los Manrique desde luego, pero es una práctica que debería generalizarse a cualquier lectura, incluida la de los periódicos) es porque actualmente se puede leer con el libro en una mano y la otra sobre el teclado del ordenador. Cualquier cosa que ponga un libro, por rara que sea, basta encomendarse a San Google para que la duda te sea disipada, y con un poco de suerte enriquecida con unas cuantas posibilidades más que puedes satisfacer allí mismo. O dicho en otras palabras, que quien no se enriquezca leyendo a los poetas amorosos del siglo XV es porque no tiene curiosidad, ni ganas de crecer, ni el conocimiento necesario para beneficiarse de tantas otras ventajas como ofrece el pertenecer a una cultura rica y plagada de grandes hombres el pasado.
Poesía cortesana (Siglo XV)
Rodrigo, Gómez y Jorge Manrique
Biblioteca Castro