
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Fernández de Castro
Que si la montaña no va a Mahoma está claro que Mahoma debe tomar medidas contundentes para paliar semejante escándalo es un hallazgo de la sabiduría popular que se ofrece a los niños de todo el mundo sin distinción de raza ni religión. Las cosas son así y ya está.
Lo que ocurre es que esa sabiduría servida a todos no es aprovechada por todos en la misma medida, y hay gente, como por ejemplo Juan Pablo Meneses, que han hecho de ella una especie de premisa universal aplicable a numerosos aspectos de la vida. Entre otros a su profesión, el periodismo. Si la noticia no acude a su Chile natal con suficiente asiduidad y premura cabe la posibilidad de trasladarse allí donde tenga lugar el acontecimiento. Total, si lo hace Mahoma por qué no va a hacerlo él.
Fue así como nació lo que él llama "periodismo portátil", que es para el reportero lo mismo que para el marinero tener una novia en cada puerto, o lo mismo que considerar el mundo entero una redacción en la que cada vez te sientas en la esquina donde te " sorprendió" la noticia.
El paso lógico siguiente era lo que él llama "periodismo cash", y que consiste en invertir una cierta cantidad de dinero para tener el privilegio de asistir en primera fila al desarrollo de la noticia cuyo inicio tú mismo has provocado. Sin ir más lejos, comprar los derechos de un niño futbolista y contar qué pasa cuando tratas de ponerlo en el mercado. Los riesgos inherentes a este estilo de periodismo son infinititos porque también lo es el número de personas sin escrúpulos capaces de poner en marcha cualquier bajeza si consideran que con ello se pueden lucrar. Es la famosa premisa de que el fin justifica los medios y que si se trata de vender nada te impide echar más leña de la debería arder.
Quizá por eso Juan Pablo Meneses entendió que la honestidad era una premisa básica, tanto de cara el lector como para su relación con la pintoresca fauna con la que iba a entrar en contacto, y por eso también deja muy claro desde el primer momento que con su libro no pretende denunciar la existencia de una mafia internacional dedicada al siniestro tráfico de niños, entre otras cosas porque no existe tal mafia.
Lo que si hay son realidades: sin ir más lejos, la existencia sólo en Latinoamérica de diecisiete millones de niños entre 5 y 17 años, para muchos de los cuales el fútbol es casi la única vía de escapar a una vida anodina y de privaciones. Si del otro lado ponemos que el fútbol se ha convertido en una gigantesca maquinaria de mover dinero a escala mundial, y que dicha maquinaria necesita imperiosamente engrasarse cada temporada con una nueva hornada de jóvenes héroes capaces de movilizar a millones y millones de personas, estamos describiendo una perfecta conjunción del hambre con las ganas de comer.
No es sorprendente por lo tanto que el verdadero trasunto del libro no sea la compraventa del supuesto ídolo del futuro sino la progresiva presentación del entramado de intereses que rodea el fútbol, nada más que en aspecto del suministro de futuros valores, pues aquí no se habla de estructuras empresariales (antes llamadas clubs de fútbol), contratos publicitarios y de explotación de imagen, venta de abalorios relacionados con los equipos y sus figuras, retransmisiones televisivas o la celebración de eventos de alcance universal, como puede ser un Campeonato del Mundo. Sólo se habla de qué pasa con unos niños nacidos en una remota aldea y que desde que dan las primeras patadas a un balón tienen muy claro que lo importante no es "salir" de su medio sino "llegar". En ese tráfico está involucrada una fauna fascinante que el lector va descubriendo al mismo tiempo que el autor según va pasando éste de unos países a otros y se va encontrando con realidades sorprendentes, empezando por la preferencia casi generalizada de los chicos de cualquier nacionalidad por acabar en el Barcelona C.F. (y el sonado fichaje de Neymar podría ser un ejemplo elocuente de ese sueño global) o el fabuloso negocio que se ha montado el Barcelona a costa de los miles de niños que controla en numerosos países por medio de acuerdos con entidades deportivas locales o a través de las llamadas escuelas de fútbol. Todo ello con vistas a la compraventa.
Con gran agilidad, y apoyado en su ya reconocida habilidad para un desarrollo ameno de los temas que expone, Juan Pablo Meneses no oculta la parte dolorosa e injusta del tráfico mundial de niños futbolistas, pero tampoco hace sangre de ello y el lector sale ganando porque tiene la oportunidad de conocer un universo repleto de personajes insólitos y del que se sospecha su existencia, pero del que no existen buenos testimonios de primera mano.
Niños futbolistas
Juan Pablo Meneses
Blackie Books