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Más Afuera

Por 4 de diciembre de 2012 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Javier Fernández de Castro

Cuando se trata de escritores como Jonathan Franzen, que llevan la facultad de narrar tan interiorizada como el ballenero su arpón (y pienso por ejemplo en la inolvidable presentación nocturna de Queequeg ante el llamado Ismael en la versión de Moby Dick de John Huston), no tiene demasiado sentido hacer distinciones entre ensayo y ficción. Hablen de lo que hablen, ese tipo de escritores están siempre contando historias al mismo tiempo que reflexionan sobre lo que cuentan, y qué les importa la etiqueta que les pongan luego.
En este libro que ahora presenta la editorial Salamandra se reúnen trabajos escritos entre 1998 y 2011 y que en principio no tienen mucho que ver entre sí: artículos de costumbres, comentarios de libros por lo general no convencionales o actualmente descatalogados, viajes ornitológicos, trabajos periodísticos de encargo y mucho material extraído de cursos universitarios, conferencias, talleres de escritura y entrevistas, todo ello con numerosas incursiones en la teoría literaria.
Pero Jonathan Franzen goza de gran prestigio y es una figura nacional, lo cual le autoriza a trufar sus escritos de noticias, comentarios y opiniones personales, hasta el extremo de que él mismo acaba siendo uno de los personajes principales, si no el que más, de su libro. Lo cual me lleva a enlazar con la observación inicial acerca de la no distinción entre ensayo y ficción. Lejos de haber una tesis, una antítesis y una síntesis, como suele hacerse en los ensayos, o una presentación, un nudo y un desenlace si se tratase de un relato, el lector no puede anticipar el contenido del escrito porque el discurrir discursivo de Franzen es imprevisible. Y pongo como ejemplo el relato que da nombre al libro. En teoría todo empieza cuando, cansado de la interminable campaña para la promoción de su última novela, el narrador decide marcharse muy lejos y elige la isla que los lugareños conocen como Masafuera. Al parecer allí vivió largos años un marinero inglés llamado Alexander Selkirk, cuyas aventuras le sirvieron de inspiración a Daniel Defoe para el personaje de Robinsón Crusoe.
Antes de salir hacia la isla, el narrador visita a la viuda del escritor David Foster Wallace, que le da una cajita con cenizas del suicida para que las esparza por la isla. Una vez allí, el relato de los sucesos en la isla se interrumpe para dar paso (15 páginas) a un largo excurso sobre la novela de Defoe y su influencia sobre la novelística inglesa, pero con frecuentes noticias personales y el recuerdo de Foster Wallace, cuyo doloroso, injusto, incomprensible y todavía no asimilado suicidio volverá intermitentemente a ser planteado en apartados posteriores. Al final resulta que el motivo confesado del viaje (avistar a un pajarillo endémico en la isla y que recibe el curioso nombre de rayadito de Masafuera) no se cumple y emprendemos una desalentadora retirada.
Lo mismo cabría decir de otras circunstancias igualmente decisivas en la vida del narrador, tales como sus matrimonios: las causas del fracaso del primero, la mala conciencia (todavía no resuelta) que le provocó una ruptura que privó a su pareja (el supuesto amor de su vida) de aquellos hijos que ésta tanto deseaba tener y que no tendría porque su reloj biológico ya había dado las fatídicas campanadas. Sus relaciones entre adulto con su pareja actual.
Si el lector así lo desea, y con sólo hacer una lectura transversal de los textos aquí reunidos, puede hacerse una pequeña biografía de Jonathan Frenzen, desde la época en que vivía con sus padres hasta la actualidad, pasando por los estudios, la carrera literaria y el triunfo o (una y otra vez) la traicionera muerte del amigo. Y lo resalto no como crítica sino a título informativo, y para poner sobre aviso al lector. Pero éste puede darse por satisfecho por el abundante material que se le suministra acerca de una persona (el propio Jonathan Franzen) que fascina al narrador. Cabe decir que, autobiografías aparte, el libro se lee con gran interés porque además de ameno está muy bien escrito. Como era de esperar.

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Jonathan Franzen
Salamandra

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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