
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Fernández de Castro
Se necesitan unas dosis enormes de entusiasmo, imaginación y capacidad narrativa (y también, por qué no decirlo, una inmensa osadía) para meter en las primeras páginas a una persona dentro de la bola de cristal de una adivina de tres al cuarto y mantenerla ahí dentro durante más de doscientas páginas, con el agravante de que la encerrada es la encargada de narrar en primera persona las peripecias que la llevarán a escapar, más o menos, de tan curiosa prisión.
Quien decida dar por buena la posibilidad de que una mujer de treinta y dos años, y periodista escéptica para más señas, pueda colarse sin comerlo ni beberlo en la clásica bola de cristal tradicionalmente utilizada por los adivinos y las videntes para perpetrar sus patrañas, se va a encontrar caminando hasta el final por el finísimo filo que separa lo real de lo fantástico, lo posible del disparate, el lado de acá del lado de allá del espejo, el sueño de la vigilia, lo que quiero de lo que debería querer, etc. Pero Cristina Fernández Cubas, y lo ha demostrado de sobras en sus libros anteriores, posee un tino envidiable para moverse al borde del abismo (que sería lo decididamente inverosímil) sin caer nunca del todo en él, pero sin pisar nunca tampoco tierra totalmente firme y segura (que sería eso que sin demasiado fundamento llamamos lo real).
Una de las indudables ventajas que ofrece el saber moverse con soltura en ese terreno incierto por lo que tiene de fronterizo, es que permite ir entrando y saliendo de todos los géneros narrativos sin que se note el paso de unos a otros, y ahí está la pitonisa Krauza Demiroskova (Pepita, cuando no está metida en faena) y sus dos zarrapastrosas compinches, quienes después de protagonizar unos intentos bastante grotescos por sacar a la narradora de su encierro desaparecen para dejar paso a una serie de personajes, historias, maquinaciones y tentativas de rescate que van pasando con toda naturalidad de la farsa al suspense y de éste a la metafísica o el juego y las trampas del azar sin detenerse en ninguno de los estados de ánimo propios de cada situación el tiempo suficiente para que pueda darse nada por sabido, conocido, aceptado o definitivo.
La puerta entreabierta, igual que el paso sutil de la Cristina Fernández Cubas a esta Fernanda Kubbs que aparece ahora sin pretender en ningún momento engañar a nadie acerca de su identidad, supone un paso adelante muy significativo en la trayectoria literaria de Cristina/Fernanda Cubas/Kubbs. Hasta ahora, la gran variedad de puertas que se entreabrían en sus relatos eran más bien como huecos abiertos en las murallas defensivas y por lo cuales se colaban toda clase de sobresaltos y peligros que venían a perturbar el orden conocido. En cierto modo, aunque desde luego con estilos y medios muy diferentes, es lo que pasa en las novelas de Patricia Highsmith, cuando un suceso en apariencia nimio acaba convirtiendo lo cotidiano en un infierno. Ahora, y la autora lo ha confirmado de viva voz en las entrevistas que han acompañado la aparición de su nueva novela, más que una grieta en las defensas esta puerta entreabierta es una oportunidad de acceder a otros mundos, explorar otras vidas, conocer nuevas experiencias. Así, lo que al principio parece un mero juego de espejos que reflejan imágenes cada vez más disparatadas (niñas que engañan a los mayores porque saben hacer unos misteriosos ruidos con los huesos de los pies, autómatas turcos que juegan y ganan al ajedrez gracias a que llevan dentro un enano que mueve los engranajes, Sir Arthur Conan Doyle dejándose engañar por unas niñas que afirman haber fotografiado hadas) va cobrando un extraño aire de seriedad y trascendencia. Y el cambio de estado de ánimo es lógico porque según va pasando el tiempo el personaje encerrado en su extraña prisión se impacienta progresivamente y desea salir ya, ahora mismo, basta de bromas y dilaciones. Quiere irse a su casa y, de ser posible, a su vida de antes. Pero la visible transformación ( y ahí está ese personaje que no tenía nada de particular pero que era el dueño de las palabras) se debe también a que se está produciendo el nacimiento de un proyecto literario que, ya lo he dicho antes, abre puertas y se asoma a unos territorios nuevos e inexplorados y que literariamente ya estaban ahí, pero sólo intuidos porque exigían dar el paso y atravesar la raya de la frontera. Los muchos incondicionales de Cristina Fernández Cubas pueden felicitarse porque no sólo está de vuelta sino que viene con renovados bríos.
La puerta entreabierta
Fernanda Kubbs
Tusquets