
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Fernández de Castro
La autora está a mitad de la cuarentena pero deja muy claro que le tiene sin cuidado si la suya es una novela tradicional o pos moderna o qué. Quiere contar una historia y lo hace por encima de modas y modos y conveniencias.
La estructura desde luego, y salvo por unos pocos flashs backs explicativos, es perfectamente tradicional: lo primero va primero y lo segundo va después, con el planteamiento, el nudo y el desenlace perfectamente ordenados.
Y en cuanto a la técnica, sin alardes ni malabarismos ni ninguna otra clase de exhibicionismos, lo mismo se detiene a describir minuciosamente las flores de una charca y el vuelo de las aves acuáticas que recurre a las elipsis para dar saltos en el tiempo o en la evolución de algún personaje y centrarse en lo que más le interesa contar en ese momento. Pero con orden y sin sobresaltos. La autora parece dar por sentado que sus lectores tienen bien aprendida la evolución sufrida por la novela a lo largo del siglo XX y que tienen armas suficientes para aportar el contenido de los hiatos narrativos.
Curiosamente, la crítica insiste mucho en la existencia de un choque cultural (una parte de la novela está ambientada en la India y la otra, la más larga, en Estados Unidos). Y sí, hay choque cultural, pero no como cabría esperar sino al revés, y lo explico.
Subhash y Udayan son dos hermanos nacidos y crecidos en un suburbio de Calcuta y que pertenecen a una familia de la pequeña burguesía local. De los dos, el más decidido, valiente y transgresor es el pequeño, Udayan, mientras que el otro es más reflexivo y prudente (lo que le vale ser llamado cobarde en varias etapas de su vida). El progresivo compromiso político-revolucionario de uno, que le lleva a militar en un partido maoísta partidario de imponer la revolución por medios violentos, marca el inicio de un progresivo distanciamiento con el mayor, que en lugar de participar en las luchas callejeras prefiere aprovechar una beca para estudiar oceanografía en una universidad norteamericana.
En contra de lo que pueda parecer, los conflictos vienen todos de la India porque en Estados Unidos todo va como la seda: Subhash se integra sin problemas en una universidad que le acoge amistosamente y le ofrece una beca lo bastante generosa como para vivir en un apartamento, comprarse un coche y, llegado el momento, casarse y traer a su esposa india, que también se integrará sin problemas en la vida universitaria norteamericana y terminará licenciándose en filosofía y ejerciendo de profesora en California.
Los choques sociales, sentimentales y culturales vienen todos de la India. Udayan, que ha participado en varios atentados y directa o indirectamente apoya los asesinatos políticos de su partido, es abatido por fuerzas paramilitares indias y deja una esposa, Guri, que sin él saberlo está embarazada. Los problemas de Guri con su familia política, en la que ha entrado saltándose todas las normas sociales, y el futuro incierto que les aguarda a ella y su hijo en la India mueven a Subhash a casarse con ella y llevársela consigo a Estados Unidos, con lo cual provoca un conflicto con sus padres, que si ya no querían a esa esposa elegida sin su consentimiento por el hijo menor, tampoco la van a aceptar ahora casada con el primogénito.
Aunque Subhash apoya económicamente a sus padres y hace lo posible por mantener una relación paterno filial fluida, la transgresión de las normas matrimoniales tradicionales en la India y, en general, su poco respeto a la cultura ancestral provocan un distanciamiento insalvable y que se mantiene incluso tras la muerte del padre y, unos años después, con la madre, cegada hasta el final en su culto por el hijo muerto y su negativa a perdonar la “traición” del primogénito.
Mientras tanto, en América, los conflictos no surgen del entorno social en el que se integran Subhash y su precaria familia, y tampoco surgen de la formación ancestral recibida en la India porque sus problemas son reconocibles y podrían darse en cualquier pareja occidental: los escrúpulos de la viuda embarazada por aceptar casarse con su cuñado sin que haya amor por ninguna de las dos partes; la resistencia a que el padre ficticio ejerza de padre real con la niña ya nacida en América; las contradicciones que surgen cuando la niña desarrolla una gran complicidad con su falso padre, provocada en parte por el progresivo distanciamiento con la madre verdadera; la huida de ésta dejando a la niña al cuidado del falso padre; la reacción de la niña, ya mayor, cuando conoce la identidad de su padre y los motivos por los cuales fue abandonada por su madre, etc.
Jhumpa Lahiri, a todas estas, y como ya he dicho desde el principio, está inmersa en la historia y la sigue sin desfallecimientos hasta el final, reflejando con gran tensión y acierto el complejo vericueto moral y sentimental de los protagonistas y sin arredrarse ante las difíciles decisiones que deben tomar unos y otros. Y si la sucinta relación de acontecimientos aquí ofrecida transmite la sensación de que se trata de un relato sentimentaloide y folletinesco, nada más lejos de la realidad. La novela despierta la atención del lector en las primeras páginas y ya no la suelta hasta el final porque la autora es una excelente narradora.
La hondonada
Jhumpa Lahiri
Traducción de Gemma Rovira Ortega
Salamandra