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La carroza de Bolívar

Javier Fernández de Castro

Todo parce indicar que los novelistas colombianos han decidido hacer caso omiso  de la pesada sombra del omnipresente García Márquez para buscar su propio camino. Y en esta tesitura Evelio Rosero ha hecho lo más correcto que cabe hacer al respecto, o sea, escribir una buena historia con independencia  de posibles parecidos o remedos. Que los hay, cómo no, pero a su manera.
En cierto modo La carroza de Bolívar podría ser leída como un ajuste de cuentas histórico. La ciudad de Pasto, donde está ambientada la novela, hizo frente al “libertador” y pagó tan cara su osadía que casi doscientos años después de tan sangrientos sucesos todavía no se han cerrado las heridas. Para muchos habitantes de esa ciudad – y Evelio Rosero  es uno de ellos-, Bolívar es una figura mucho menos digna y heroica de lo que dicen los historiadores y hagiógrafos.  El propio autor ha confesado que muchas de las opiniones y hechos de escasa grandeza que se atribuyen  en Pasto al padre de la patria, y que se recogen en la novela, las escuchó él de niño a miembros de su familia que a su vez las habían escuchado de sus antepasados. Otro fondo documental abundantemente utilizado son los escritos de un historiador local llamado José Rafael Sañudo, cuyas investigaciones y conclusiones acerca de Bolívar le costaron no pocos disgustos en vida por chocar abiertamente con la versión oficial.
El proceso de demolición de la figura del controvertido político soñador de la Gran Colombia es una de las líneas argumentales más sólidas de la novela, pero no la más importante ni la que de verdad interesa al autor. La figura de Bolívar, y las reacciones  de adhesión o rechazo popular que provoca cualquier intento de negar la versión oficial constituyen el armazón que permite a Evelio Rosero contar una enloquecida historia de amor  en clave de comedia y tragedia, aparte de que los dos protagonistas – el doctor Justo Pastor Proceso López  y su esposa , Primavera Pinzón – se ven acompañados en el desarrollo de su pasión por una atractiva galería  de personajes locales  cuyas peripecias hacen de la lectura un ejercicio ameno y, a ratos, divertido.
El tiempo narrativo abarca desde el 28 de diciembre de 1966, día de los Inocentes, hasta el carnaval de Blancos y Negros que tiene lugar durante la primera semana del mes de enero.  En esos ocho o diez días siguientes, el doctor Justo Pastor y su esposa Primavera Pinzón van a vivir una historia de amor marcada por el ambiente grotesco y desaforado de las vísperas del carnaval. Entre la escena inicial, en la que el bienintencionado doctor trata de seducir a su mujer disfrazado de gorila, hasta a apoteosis final, en la que la celebración del carnaval da motivo a toda clase de transformismos y equívocos, el autor se las apaña para crear una atmósfera desquiciada y ostensiblemente sensual y apasionada en la que el amor, la política, la amistad o la prudencia son sometidas a toda clase de pruebas: las esposas beatas acaban demostrando ser unas hembras apasionadas, las esposas infieles son cruelmente  laceradas con un ramo de rosas y las hijas desfloradas sin que el hecho merezca mayor atención porque mientras tanto están pasando toda clase de sucesos bizarros y dignos de ser  atendidos una vez que el traspiés adolescente no parece que vaya a tener trascendencia. El doctor, el catedrático, el obispo, el alcalde, el artista o las esposas hacen cada cual su papel  en un entramado que poco a poco va tomando los tintes inequívocos de la tragedia. Cuando el doctor decide impulsar la creación de una carroza en la que el gran libertador desfilará por las calles haciendo de sí mismo (o al menos mostrando la faz que el doctor cree que debería exhibir en honor a la verdad) todo su entorno coincide: “No te dejarán mostrarlo como tú pretendes. Antes te matarán”.
Pero el carnaval arrecia y las calles de pueblan de personajes que se disfrazan de lo que quieren, o de lo que les gustaría, ser, y el doctor Justo Pastor Proceso López, nuevamente caracterizado de gorila, se encuentra  en la tesitura de quedarse a ver desfilar la carroza impulsada por él o ir en busca de su mujer, ahora en peligro de caer definitivamente en las garras del general. Y elija  lo que elija,  escogerá  lo que ya se ha convertido en su destino.

La carroza de Bolívar

Evelio Rosero
Tusquets

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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