
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Fernández de Castro
En 1898, la liquidación forzosa de los últimos restos del otrora todopoderoso imperio colonial español trajo consigo numerosos y traumáticos cambios cuya profundidad no siempre se pudo apreciar en aquel momento. Desde la aparición de un Mundo Nuevo, a los espíritus inquietos o emprendedores, y en general a todos aquellos que se sentían ahogados y empequeñecidos por el medio natural de su nacimiento, les había cabido la posibilidad de intentar mejorar su suerte mediante al recurso a las armas, el mar o el comercio. Y de pronto, encarnado en la pérdida de Cuba y Filipinas, desaparecía de golpe ese punto de fuga que durante cuatrocientos años ininterrumpidos había puesto el horizonte tan lejos que parecía apuntar al infinito. Por decirlo de algún modo, aquel mundo ancho y ajeno nunca más iba a quedar a disposición de quienes deseasen medirse con él.
Los espíritus más lúcidos comprendieron que ante la imposibilidad de mirar hacia afuera se imponía la búsqueda de un paisaje interior que fuese el resultado de una tensión dialéctica entre la creación artística y la reflexión intelectual. "Las ideas recibidas se superponen a lo que vemos", diría más tarde Julián Marías para enmarcar el gigantesco esfuerzo regenerador llevado a cabo no sólo por los escritores de la generación del 98 sino también por los pintores y aun los músicos contemporáneos.
Y de eso habla el geógrafo Eduardo Martínez de Pisón en Imagen del paisaje. Como bien cabe deducir del subtítulo, hay una primera parte dedicada a las figuras paisajísticas más relevantes del 98, concretamente Unamuno, Antonio Machado, Baroja y Azorín, más un apartado para los Regoyos, Sorolla, Zuloaga o Ricardo Baroja que contribuyeron a su modo al enorme esfuerzo de invención que Martínez de Pisón sistematiza mediante la inmensa aportación filosófica llevada a cabo por Ortega y Gasset, que ocupa la segunda parte del libro.
Obviamente, la búsqueda interior de un paisaje sentimental exigía someter al lenguaje a una tensión desconocida hasta entonces y, como observa Eduardo Martínez de Pisón al referirse a Machado, sólo en el poema "A orillas del Duero" hay una cuarentena de términos que exigen un notable conocimiento del medio físico que se está creando: campillos, pejigales, serrijones, cambriones, agrios campos, cárdenos alcores, serrezuelas calvas, etc. La sabia combinación de términos que estaban ahí, apenas usados, dará ocasión a hallazgos como el de "esas tierras tan tristes que tienen alma".
A la búsqueda de una reciprocidad entre el paisaje y la persona, o lo que es lo mismo, a la consideración del paisaje como un estado del alma, se unió en el caso de los escritores de la generación del 98 una actitud de extremada profesionalidad reflejada, por ejemplo, en Azorin viajando con un altímetro en el bolsillo para dar el dato exacto, o reflejada también en la escrupulosidad del Baroja que escribe al secretario de un ayuntamiento para que le confirme si es verdad, como él cree recordar de su visita allí, que desde el río se ve la torre de la iglesia de ese pueblo. No sirve el dato, por más exacto que sea, si no responde a una experiencia personal porque también es personal la emoción, el sentimiento o el estado del alma que se busca en un paisaje.
Todo ello desde una ideología propia y en ocasiones en violento contraste con las buenas intenciones de los regeneracionistas y demás buscadores de una solución para esa España desgarrada y exhausta. Y ahí está Azorin diciendo "Pantanos, canales, azarbes, represas, pozos artesianos, riegos varios y múltiples, ¿iban a salvar a España?…España tenía su fisonomía legendaria, secular y no podía perderla". Estaba a favor de la España seca, árida y sedienta. O como él mismo decía en otro lugar, de esa España que es África desde Álava hacia abajo.
Es cierto que la impronta dejada en los paisajes por ellos vividos es tan fuerte que difícilmente se puede ver otra Castilla que la de Machado, y es cierto asimismo que de ahí les vino el reproche generalizado en la generación siguiente y que les acusaba de escapismo estético o de aportar soluciones líricas a un país sumido en la miseria y partido en dos mitades irreconciliables, como bien se pudo ver en 1936. Pero el intento fue admirable y libros como Imagen del paisaje tienen el mérito indudable de aportar una buena razón y estimular el deseo de volver a las fuentes y recorrer de nuevo los caminos en la buena compañía de los Azorín, Baroja y demás.
Imagen del paisaje. La generación del 98 y Ortega y Gasset
Eduardo Martínez de Pisón
Fórcola