
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Fernández de Castro
No deja de ser curiosa y aun notable la trayectoria intelectual de Umberto Eco. Debutó como filósofo y medievalista y luego amplió su campo de curiosidad a la semiótica, haciéndose más tarde una autoridad en el campo de la comunicación de masas. Pero en torno a los cincuenta años de edad decidió que su vida necesitaba un aliciente más allá de la academia y se descolgó con una novela, El nombre de la rosa, que fue un bombazo editorial a escala mundial. Después escribió tres o cuatro novelas más que no alcanzaron la aceptación y la difusión de la primera, pero ésta ya le había asegurado el pago de la electricidad y otros gastos hasta el final de sus días. Y cuando parecía satisfecho con lo conseguido, al acercarse a los ochenta años decidió darle un nuevo giro a su vida y se adentró en el campo de la divulgación fina: Historia de la belleza (2004), Historia de la fealdad (2007) y El vértigo de las listas (2009).
Por descontado que su nombre y el número que ocupa en el ranking de ventas mundiales le permiten tener un equipo de colaboradores que le facilitan el trabajo. El dirige, ellos buscan lo que se les pide y con el material acumulado entre todos se confeccionan estos libros intachables y que buscan antes que nada adentrar al lector en unas regiones del espíritu tan amplias (como la belleza y la fealdad, nada menos) que antes sólo podían ser recorridas de las mano del erudito (un camino directo y seguro pero casi siempre arduo) o del divulgador, un obrero especializado que goza de muy mala fama pero que ve parcialmente dignificado su oficio cuando lo ejercen personas como Eco.
Según dice él mismo, en Historia de las tierras y los lugares legendarios ha querido mostrar “la realidad de las ilusiones”. Y puesto que el ámbito de la ilusión es infinito, Eco ha preferido ceñirse, como bien dice el título, a las tierras y lugares legendarios. Aun así, aunque el recorte es serio, la propuesta final es extrema. Desde los primeros y en ocasiones ingeniosísimos intentos por explicar la Tierra, a territorios avalados por la Biblia o vigorizados por Homero, o desde continentes volatilizado hasta islas utópicas o lugares no novelescos, el lector va a adentrarse en un sugestivo viaje en torno a la fantasía humana.
Para sistematizar en lo posible tan ingente material, Umberto Eco ha optado por hacer una introducción en la que pone un poco de orden en el estado de cada cuestión, situando histórica y geográficamente los temas y avanzando el veredicto de la actualidad a los mismos. Y vale como ejemplo la curiosa cuestión de las antípodas: incluso los defensores de la esfericidad de la Tierra tenían dificultades para aceptar que en el otro lado hubiese gente viviendo cabeza abajo, un problema que se agravaba por el hecho de que al pertenecer a zonas desconocidas, seguramente no les habría alcanzado la redención por la muerte de Cristo, y cómo se podía aceptar semejante escándalo. Y otro tanto les ocurría a quienes defendían, siguiendo a la Biblia, que la Tierra tenía forma de tabernáculo, pues entonces qué hacer con la bóveda celeste, el sol, la luna y las estrellas. Una vez establecido el estado de la cuestión, vienen unos textos, por lo general breves pero bien escogidos, de autores que van desde los presocráticos a los contemporáneos y en los que cada autor expone su propia tesis. Por seguir con el tema de las antípodas, es enternecedora la indignación de Lucrecio contra “las quimeras que el vano error hace imaginar a los necios porque han adoptado una teoría absurda”. Todo por sostener que había gente viviendo cabez abajo sin caerse, como si estuviese reflejada en el agua.
Y por en medio, están las magníficas ilustraciones. A veces hacen referencia y, como dice su nombre, ilustran el texto que aparece a su lado, pero en muchas ocasiones son un documento en sí mismas que justifica su presencia por su belleza y su valor documental pero que exigen de manera casi imperiosa el continuo recurso a Internet para completar la información que los sucintos pies de foto no dan. Basta abrir el libro por cualquier página al azar para encontrar ejemplos de lo que digo: “Olaus Rudbeck muestra la posición de la Atántida.Frontispicio de Atlántica sive Manheimn, de Olaus Ruddbeck, Uppsala, 1679", En este caso se trata de un minúsculo grabado (pág. 191), pero pasa lo mismo con una supuesta pero regia destrucción de la Atlántida a todo color y a doble página obra de un tal Thomas Cole, de 1836, perteneciente a la colección de la New York Historical Society. Con el agravante de que una vez satisfecha la curiosidad visual queda el apetito por adentrarse un poco más en las sugerencias de los pequeños textos seleccionados. O sea: no es un libro para despachárselo de una sentada sino para irlo degustando poco a poco sin miedo a los laberintos que se abren en cada capítulo.
Historia de las tierras y los lugares legendarios
Umberto Eco
Traducción de María Pons Irazazábal
Lumen