Javier Fernández de Castro
En 1965 tuvo lugar un sincero pero fallido intento de colaboración entre Dino Buzzati y Federico Fellini. Pese a la fama universal que le había valido su novela El desierto de los tártaros (1940), el primero continuaba siendo un hombre huraño y extrañamente reacio a ser considerado un escritor. “Sólo cuento historias”, solía decir. Una de ellas, El extraño viaje de Domenico Nolo, era la que había atraído la atención de Fellini y la causa del fallido intento de colaboración.
Pero se trataba de un proyecto maldito y desde el primer momento dio lugar a situaciones imposibles. Aunque visualmente los universos de Buzzati y Fellini sean opuestos, hay una extraña lógica en el planteamiento vital de ambos: para los dos, el mundo es un extravagante lugar regido por una misteriosa ley universal que puedes cuestionar e investigar, y que permite incluso intuir sus mecanismos, pero da lo mismo porque la suerte está echada y el desenlace final se escapa a todo intento de control”. Sin embargo, y pese a la coincidencia de fondo, la concreción de las peripecias de Domenico Nolo, al que Fellini le cambió el nombre por el de Guido Mastorna, se revelaron imposibles de compaginar y el novelista se retiró.
También hubo una extraña interrupción de la colaboración con Tullio Pinelli, el compinche con el que Fellini había urdido todas sus películas, desde ”I Vitelloni" (1953) hasta “Giulietta de los espíritus”, de ese mismo año 1965. Por alguna razón no bien explicada, tan fructífera colaboración se interrumpió para siempre. Fellini mientras tanto estaba tan lanzado con el proyecto que embarcó a Dino de Laurentis para que construyese todos los escenarios donde tendrían lugar las diferentes secuencias de la película para la que llegó a estar contratado Marcelo Mastroianni. Para dar una idea de a qué nivel iban los dos, en algún estudio de Cinecittá ha persistido una piscina repleta de aviones hundidos, uno de los cuales lleva el nombre de “Mastorna”.
Por eso, cuando por alguna otra razón tampoco bien explicada (la leyenda más repetida asegura que una vidente vaticinó a Fellini que moriría si pretendía realizar la película) el cineasta se negó a culminar el proyecto De Laurentis se lo tomó muy a mal y a resultas del juicio subsiguiente Fellini vio embargados todos sus bienes. Años más tarde el dibujante Milo Manara hizo una versión en cómic que está muy bien en sí misma y tuvo mucho éxito, pero que apenas si tiene nada que ver con la idea original porque las muy eróticas y estilizadas figuras femeninas del dibujante son lo más opuesto que se puede imaginar a esas mujeres desbordantes de carnes y deseos que tanto gustaban a Fellini.
Ahora Backlist reedita el guión de esa película maldita, ligeramente reelaborado para que se pueda leer como una novela. Y es “un fellini” en estado puro. Una vorágine de procesiones de obispos encabezadas por el papa, saltimbanquis, forzudos, mujeronas inmensas y demás personajes habituales encadenando escenas en las que todo lo que se dice en ellas es de inmediato negado por la “realidad “ posterior. “Volábamos sobre los Alpes”, dice uno de los pasajeros del avión de la secuencia inicial. “Pero hemos aterrizado ante la catedral de Colonia”, dice otro. “¿No íbamos a Florencia?”, remata un tercero. La vida, la muerte, el deseo, el sueño y la obsesión por el destino se entrecruzan en un lenguaje cinematográfico que recuerda mucho a lo que Fellini hizo después en “8 y medio”. Y el texto está entreverado de frases en las que resuena una extraña sinceridad: “La verdad es una aprehensión directa: no se llega a ella subiendo por una escalera de conceptos mentales”, dice uno de los muchos alter egos del narrador. El mismo que poco antes, hablando de su ex mujer, ha dicho con irreverente respeto: “ Una mujer excelente, pobrecilla, sigue dando clases de Historia de las Religiones, pero en la cama, me cago en la leche, era como el Mesías, nunca llegaba”.
Que, después de tantas pistas falsas y situaciones imposibles (por ejemplo el avión en el que escapa, atado con alambres y conducido por una niñita china) el bueno de Guido Manara culmine su destino y termine donde debía y haciendo lo que se disponía a hacer es uno más de los muchos guiños con los que Fellini, un maestro de las situaciones desesperadas, dirige al lector para tranquilizarlo. No es más que un cuento, parece decir el bueno de Federico.
El viaje de Mastorna
Federico Fellini
Backlist