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El viaje a la ficción

Por 11 de diciembre de 2008 Sin comentarios

Javier Fernández de Castro

Mario Vargas Llosa

Alfaguara

Lo normal es que si a un gran escritor le da por escribir acerca de otro gran escritor el resultado sea un gran libro. Y lo curioso es que, en desvelando al otro, el uno quedará desvelado a su vez. /upload/fotos/blogs_entradas/el_viaje_a_la_ficcin_med.jpgEn cierto modo la razón de ese doble desvelamiento vendría a ser la que ofrece Gabriel García Márquez en su prólogo a los Cuentos completos de Hemingway (Lumen) cuando dice que es inútil darle a leer una novela a un novelista porque a éste sólo le gustan las novelas de los demás hasta que logra desentrañar la tramoya o estructura interna que las sustenta. Una vez averiguado cómo funciona -insiste Gabo- el invento pierde todo interés para el novelista.
 
De ahí, creo yo, ese fenómeno tan reiteradamente observado y según el cual no hay que hacer demasiado caso de un novelista cuando recomienda calurosamente una novela de otro porque – la inmensa mayoría de veces -, lo que le ha gustado no tiene nada que ver con la calidad de la prosa, la novedad del argumento o la emoción del desenlace, esto es, lo que suele buscar un lector corriente. Y encima, si le dices al novelista recomendador "Vaya muermo me hiciste leer", lo normal es que responda con toda placidez: "Sí, pero fíjate que utiliza la tercera persona del plural como si fuese un observador singular quien habla, con lo cual logra un curioso efecto de inmediatez que aún se acentúa más cuando recurre al presente histórico". O lo que sea. Es decir, un rollo de la misma categoría que si un gran chef te suelta un curso sobre las ventajas de usar perejil (mucho perejil) en lugar de limón para evitar que se pongan negras las alcachofas durante la cocción. Qué tendrá que ver el uso del presente histórico con la emoción que provoca una buena escena de amor (caso de una novela) o con la sinfonía de sabores que te estalla en la boca cuando pones en ella la primera cucharada de una menestra hecha como Dios manda (si es que estamos en la cocina).

Lo cual es cierto por lo general salvo que el novelista que investiga a un compinche sea un compulsivo. O como tantas veces ha dicho Mario Vargas Llosa de sí mismo, "un escribidor", un tipo que vive envuelto en palabras como al apicultor le rodean los enjambres. En cuyo caso lo que de verdad interesa es la literatura tal cual (y he estado a punto de poner literatura en mayúscula) y no la tramoya. Salvo que ésta sea a su vez literatura, con lo cual vendríamos a dar con el reiterado tema de si es válido o no distinguir entre fondo (la narración misma) y forma (o tramoya). Y la respuesta es no.

Gracias a esa condición de escribidor, el lector que decida acompañar a Mario Vargas Llosa en este viaje a la ficción va a tener el privilegio de verle arremangarse y proceder a desmantelar pieza a pieza no una sino todas las novelas de Juan Carlos Onetti. Y quien todavía tema que vayan a endosarle una perorata docta, pierda todo cuidado porque, como dice el propio Vargas (p.28) , "Esta vida de mentiras que es la ficción […] no debe ser considerada mera réplica de la vida de verdad, la vida objetiva vivida, aunque esta sea la tendencia con que suelen estudiarla los científicos sociales que, valiéndose de la literatura oral y escrita, ven en ésta un documento sociológico e histórico […]".

Y un poco más adelante, insiste (p. 32): "Una obra [la de Onetti, claro], casi íntegramente concebida para mostrar la sutil y frondosa manera como, junto a la vida verdadera, lo seres humanos hemos venido construyendo una vida paralela, de palabras e imágenes tan mentirosas como persuasivas , donde ir a refugiarnos para escapar de los desastres y limitaciones que a nuestra libertad y a nuestros sueños opone la vida tal como es".

Y una última cita (p. 41), que muestra de forma todavía más expresiva el talante de Mario Vargas al adentrarse en las circunstancias que se daban en la vida de Onetti cuando estaba escribiendo sus obras: "Si su propio testimonio es cierto -sin duda no lo es, pero no importa, pues lo que de verdad interesa en la biografía de un escritor es lo que él mismo quiso o creyó que fuera su vida […].

Queda claro pues que vamos a movernos por los escurridizos terrenos de la ficción de la ficción, y que si un dato que salga resulta no ser cierto peor para la verdad porque aquí la única verdad que cuenta es la literaria (o sea, la mentira). Pero ya he dicho antes que iba a ser un privilegio ver a Mario Vargas ir perfilándose por detrás de la inmensa figura de Juan Carlos Onetti.

Sólo una precisión. No es un libro universal, de esos que gustan a todo el mundo. Tendrá mucho ganado quien sea un seguidor incondicional de cualquiera de los dos, bien sea Mario Vargas Llosa o (mejor aún) Juan Carlos Onetti. Porque, aquí, no se habla de otra cosa.

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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