Javier Fernández de Castro
Hace un par de semanas comentaba aquí el libro de Héctor Abad Faciolince titulado Traiciones de la memoria. A favor de quien no haya leído el libro, ni mi comentario, resumo brevísimamente el argumento: el 25 de agosto de 1987 el doctor Héctor Abad, activista en favor de los desheredados y reiteradamente amenazado por sus denuncias de las desigualdades sociales, es abatido a tiros y en los bolsillos de su traje ensangrentado aparece un soneto apócrifo pero que todas las trazas de haber sido escrito por Borges. Algún tiempo después el hijo del fallecido, Héctor Abad Faciolince, llevará a cabo una apasionada investigación cuya finalidad será averiguar quién fue en realidad el autor del soneto y por qué lo llevaba el fallecido en el bolsillo. Al comentar el libro que surgió como resultado de aquella investigación, Traiciones de la memoria, señalaba yo como curiosidad que si bien la figura (o la memoria) del padre estaba presente desde la primera a la última página del libro, en cambio era una presencia como reflejada porque el foco de atención era la investigación acerca del misterioso poema y el misterio de su creación. Pocos días después en Babelia calificaban a Héctor Abad Faciolince de "detective literario".
Acabo de leer ahora El olvido que seremos, cronológicamente anterior a Traiciones de la memoria. Se trata de un libro absolutamente singular en el que el motivo central, y aparentemente único, es la figura del padre alevosamente asesinado por unos sicarios a sueldo de aquellos a quienes inquietaba el resonar de una voz que reclamaba justicia para los desheredados y recurrieron a silenciarla por la vía más rápida y barata, esto es, la compra de una pistola que hizo callar para siempre al disidente. Digo que El olvido que seremos es absolutamente singular porque el paradigma de la relación paternofilial es, por ejemplo, Carta al padre, de Kafka, un ajuste de cuentas duro e inmisericorde cuya intención es destruir la figura del padre castrador y carente del más leve rastro de amor por un hijo condenado a destruir a su vez al padre como condición indispensable para su propia supervivencia. Supongo que al terminar de leerlo Sigmund Freud cayó de rodillas y alzando los brazos al cielo lanzó gritos de júbilo porque uno de los mejores escritores del siglo XX le había proporcionado un argumento imperecedero para su propia teoría acerca de la relación padre-hijo y que, según él, no sólo ha de ser necesariamente dura e inmisericorde sino que debe desembocar, asimismo necesariamente, en la muerte del castrador a manos de su víctima.
Nada que ver con lo que pasaba en la familia Abad, en la que el supuesto padre castrador era de hecho un tipo encantador y que no sólo supo ganarse de por vida el amor de una gran mujer sino también el de los seis hijos que ésta le dio, aunque para huir de las trampas machistas del lenguaje es de aclarar que en realidad fueron cinco niñas y un solo varón, el penúltimo. Y otro matiz más: en lugar de un hogar patriarcal al uso, el de los Abad fue un gineceo en el que, como dice la primera línea del libro, "vivían diez mujeres, un niño y un señor". En lugar del habitual ajuste de cuentas, lo que hace Héctor Abad Faciolince en su libro es poner de manifiesto una larga, morosa, intensa e incondicional declaración de amor filial. Amor tal cual, sin rodeos ni subterfugios: "Amaba a mi padre sobre todas las coas […] con un amor casi animal […] su olor y también el recuerdo de su olor […] Me gustaba su voz, me gustaban sus manos, la pulcritud de su ropa y la meticulosa limpieza de su cuerpo".
En una sociedad patriarcal como la nuestra, teñida por un regusto machista que menosprecia el papel de la hembra pero atenaza por igual al macho ("Los niños no lloran", "Aguanta como un hombre", "Tener miedo es cosa de niñas", etc), manifestar sentimientos amorosos por el padre se tolera en la infancia, aunque una vez traspasada la línea de la edad adulta es rarísimo, y por ende sospechoso, que un macho hable del padre con amor.
Otra singularidad de El olvido que seremos es que, aparte de una exaltación continua e incondicional de la figura paterna, en torno a ésta se van dibujando poco a poco la vida, las costumbres y los comportamientos y relaciones humanas de una capital de provincias de Colombia, más concretamente Medellín, a mediados del siglo pasado. Al hilo de la trayectoria vital del padre, junto con sus amigos y enemigos y las luchas de todos ellos, se van consolidando las figuras de los abuelos, tíos, primos o vecinos del narrador. Y, según vaya creciendo éste, su propio entorno familiar y social hasta que tiene lugar el asesinato del padre y los acontecimientos posteriores que desembocaron en los sucesos ocurridos entre el día 25 de agosto, fecha del asesinato del padre, y la marcha al exilio del propio narrador, progresivamente cercado por unas circunstancias que cada vez se iban pareciendo más a las que motivaron el asesinato de aquél. Se entiende que este libro lleve vendidas ya ocho ediciones porque, aparte de estar muy bien escrito, es un documento vivo de un momento histórico. Y sobre todo porque es una exploración valiente de un territorio pocas veces hollado por los masculinos si no es en plan guerrero, pues el tema último es la manifestación de un sentimiento tan difícil de tratar, y con grandes posibilidades de descarrilamiento, como es el amor, amor tal cual, con independencia de quien sea el objeto amoroso. Y que en ese caso es nada menos que el padre.
El olvido que seremos
Héctor Abad Faciolince
Seix Barral