Javier Fernández de Castro
Patricio Pron
Premio Jaén de Novela 2008
Así como las novelas de dictadores latinoamericanos han terminado por crear un subgénero que está en pleno auge*, también los profesores de prestigiosas universidades europeas empiezan a tener sus propios cultivadores dentro de la modalidad novela de misterio. Hasta ahora predominaban las intrigas ambientadas en Oxford, quizás porque la mezcla de sabiduría, excentricidad y transgresión (a veces incluso con resultado de muerte) da mucho juego. Pero de un tiempo a esta parte el género ha saltado el canal y busca sus héroes y villanos entre profesores centroeuropeos, preferentemente alemanes. Uno de los ejemplos más obvios que me vienen a la mente es En busca de Klingsor, del mejicano Jorge Volpi, ganador del premio Biblioteca Breve de 1999.
Es evidente que ni las universidades alemanas ni los sabios que las pueblan tienen tanto tirón popular como el gótico de postal que enmarca las intrigas ambientadas en Oxford, con las abigarradas habitaciones privadas del profesor y la pipa, la chimenea, los ventanales de cristales emplomados o los sillones chester, donde una mente avezada en resolver problemas de inimaginable complejidad matemática puede desarrollar sus brillantes disquisiciones criminales.
A falta del glamour y de unas referencias visuales tan marcadas como las inglesas, las universidades alemanas ofrecen en cambio un material de fondo que sigue revelándose inagotable porque hasta el más desinformado de los lectores lo identifica de golpe, y porque ello le permite reconocer de inmediato sus siniestras implicaciones. Y me refiero obviamente a un pasado nazi que por convicción o imposición, o porque no se encontró la forma de aislarse y preservarse de la contaminación, no sólo afectó entonces a todos los alemanes sin excepción sino que todavía hoy, como acaba de ocurrir no hace tanto, basta la súbita aparición de un carné de afiliación a las juventudes hitlerianas para que alguien en apariencia tan por encima del bien y del mal como es (o era) Günter Grass sea pública, sumaria e inapelablemente crucificado. O sea, como decía más arriba, un material inagotable porque sigue vivo, y si un personaje actual resulta demasiado joven para asumir plenamente la culpabilidad de sus actos de entonces, casi seguro que no será así para sus padres, suegros y vecinos y delatores y quizás verdugos, todos los cuales continúan implicados hoy en esa lucha sin fin entre la culpabilidad individual y la colectiva.
El comienzo de la primavera es un ejemplo notable de novela de intriga ambientada en una universidad alemana (en este caso Heildelberg) y con el pasado nazi como trágico telón de fondo que sirve para calibrar la talla moral de los personajes hoy y en el pasado. De paso es un excelente ejemplo de cómo, si alguien tiene una buena historia que contar y conoce a fondo aquello de lo que se dispone a hablar, tan sólo necesita una anécdota mínima para poner en marcha una intriga que va a tener ocupado al lector hasta el final. Y lo intrigante, aquí, no es que un prestigioso profesor de filosofía de la Universidad de Heildelberg se muestre reticente a avalar la traducción que un estudiante pretende hacer de uno de sus primeros libros. Al fin y al cabo se trata de un alumno desconocido, un tal Martínez, encima argentino, y él, el profesor, no tiene tiempo ni ganas de invertir energías en un proyecto que carece de interés para él. Lo que de verdad intriga a Martínez son los términos en que el profesor Hollenbach trata de disuadirle de su proyecto: "He escrito libros tratando de entender la Historia alemana y siento que no he obtenido ninguna respuesta a mis preguntas. A cambio, me he visto involucrado en asuntos penosos que sólo me han traído trastornos y me han acarreado incontables enemigos dispuestos a calumniarme. Créame, en Alemania sólo campea la muerte".
Ese fragmento de una de las cartas de Hollenbach a su pretendido discípulo es un resumen bastante ajustado de lo que éste, el discípulo Martínez, va a encontrar cuando se presente en Heildelberg y, progresivamente intrigado, inicie unas pesquisas que han de llevarle a diferentes localidades alemanas estirando de un tenue hilo que empieza en el desaparecido Hollenbach y le conduce a compañeros y rivales de éste, pero también a personajes históricos -el inevitable Heidegger y también otros más improbables, como la esposa de Göring- o a recabar información de una antigua reina del porno que hoy se gana la vida exhibiendo por unas monedas su estado de ruina. En resumidas cuentas, esas respuestas que el profesor Hollenbach no supo encontrar en su día son las no respuestas que Martínez encontrará durante sus pesquisas, y esa muerte que según Hollenbach campea en Alemania no se materializa en ningún acto violento sino en el pesado manto de culpa y delación y deseo de redención que todavía condiciona las vidas de cuantos Martínez llega a conocer durante su largo y bastante penoso periplo alemán.
*Véase la reseña Tirana memoria, de Horacio Castellanos Moya, en esta misma sección.