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El cartógrafo de Lisboa

Javier Fernández de Castro

A primera vista podría parecer que para  novelar un suceso histórico bien conocido – por ejemplo el descubrimiento de América –  uno no necesita romperse mucho los cascos porque, en líneas generales, el argumento ya está inventado. Sin embargo, a la hora de la verdad  resulta que sí es necesario agudizar el ingenio porque el lector conoce la historia en líneas generales y espera algo más que un simple remedo o recreación de los hechos históricos. Y en este sentido El cartógrafo de Lisboa es un ejemplo extremo de inventiva y búsqueda de material narrativo novedoso.
Puesto en la tesitura de no caer en la rutina, el autor parece haber obedecido a un reflejo personal.  Profesionalmente, Erik Orsenna pertenece al Consejo de Estado francés y ha sido asesor de altos funcionarios gubernamentales. Es decir, es un hombre acostumbrado a moverse en los estadios más altos del poder pero siempre desde un discreto segundo plano. Y eso es lo que ha hecho en su novela. En lugar de centrarse en el verdadero descubridor de América, Cristóbal Colón, ha preferido darle voz a su hermano Bartolomé, hombre de confianza y mano derecha del Almirante pero que siempre se mantuvo en segundo plano.
Y quizás por el mismo reflejo personal, en lugar de arrancar la historia en aquel luminoso 3 de agosto de 1492 en que las tres carabelas partieron hacia lo desconocido desde el puerto de Palos, Erik Orsenna ha elegido una vía mucho menos espectacular y directa. La casi totalidad del relato transcurre en Lisboa antes del Descubrimiento, mientras que el final tiene lugar en Santo Domingo, unos años después de la muerte del Almirante. Puesto en términos clásicos, esta sería una novela con planteamiento y desenlace, quedando el nudo a disposición del lector para que lo desarrolle a su gusto.
Es cierto que Bartolomé Colón trabajó como cartógrafo en Lisboa al servicio de la corona portuguesa, y hasta se conserva en Italia un mapa de las Indias Occidentales que un Alessandro Zorzi dibujó siguiendo sus instrucciones (y que contiene tantos y tan notorios errores relativos a las distancias y la situación de los continentes que incluso asombra que las naves españolas  fuesen y volviesen tantas veces de América sin perderse). Pero tampoco es una biografía del hermano casi desconocido de los Colón. Lo que de verdad interesa a Erik Orsenna es el ambiente que se vivía en Lisboa en vísperas de la gran aventura, cuál era la mentalidad imperante y el grado de desarrollo de la navegación o los límites del conocimiento de las ciencias relacionadas con ésta. Y para cumplir lo propuesto ofrece una  magnífica galería de personajes, ocurrencias  y parajes de la capital lisboeta: la prostituta que se ganaba la vida gracias a su oreja izquierda, la navegación como fabricante de viudas, las andanzas de éstas en el Bosque de los Ciegos, la llegada de aves y animales exóticos a Lisboa o la evocación de los temibles dogos devoradores de indios  son hallazgos felices pero que sobre todo ilustran el ambiente y las transformaciones que estaba experimentando el mundo gracias al impulso otorgado por el rey Enrique el Navegante a las exploraciones marítimas.
Desde su oficio de cartógrafo al servicio de una importante empresa de elaboración de mapas, y gracias a su estrecho contacto y colaboración con su hermano Cristóbal, Bartolomé Colón se convierte en un testigo privilegiado de la fase previa al Descubrimiento. Los notorios avances de los marinos portugueses a lo largo de las costas de África y la progresiva convicción de que ahí estaba la puerta de acceso a Oriente hacía cada vez más inverosímil el empeño del marino genovés por ver aprobada su idea de llegar a Las Indias por el lado contrario, o sea salir hacia el oeste con intención de llegar al este. Sin grandilocuencias ni visiones enfebrecidas, más bien como si se tratase de una chifladura personal, Bartolomé Colón colabora con su hermano y durante años ayuda a éste a encontrar pruebas documentales y testimonios personales que avalen su proyecto. Y es muy característico del papel secundario de Bartolomé el hecho de que él estuviese visitando diversas cortes europeas recabando apoyo para su hermano mientras  éste, aprovechando un repentino voto favorable de la corona castellana, parte hacia América sin avisarle, de manera que el fiel y oscuro colaborador  es casi el último en enterarse  de que la historia del mundo ha sufrido un vuelco sensacional gracias al descubrimiento de las Indias Occidentales.

El cartógrafo de Lisboa
Erik Orsenna
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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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