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El animal piadoso

Eder. Óleo de Irene Gracia

Javier Fernández de Castro

 

El animal piadoso

Es una novela pausada, desengañada y sin una pizca de nostalgia. Todos son personas mayores, o por lo menos que han doblado ya el cabo de la esperanza. Incluida la hija,  una mujer a la que también se le ha escapado la juventud. El encargado de llevar adelante la narración/reflexión/indagación, el ex comisario Samuel Mol, se califica a si mismo de mal profesional; uno de sus pocos amigo, un cura por más señas, le considera "un alma imprecisa", mientras que Eliseo Viñuela, una especie de conciencia moral a la que siempre se puede acudir si se trata de fulminar un juicio moral, le recuerda que "uno nunca pierde el rastro de si mismo". Estos pocos parámetros, o puntos de referencia, le bastan a Luis Mateo Díez para sacar adelante- encima sin abrumar al lector con el cansancio que el intento provoca – una indagación que prácticamente desde la primera línea el autor, el lector y el propio protagonista saben que no va a llegar a ninguna parte. Pero cómo podría si el encargado de llevar la pesquisa hasta sus últimas consecuencias no está seguro de que a un culpable haya que castigarlo. Menudo poli. Es de suponer que esa indecisión, o por decirlo en palabras de su propio amigo, "esa imprecisión" fue el motivo principal de que el joven inspector Mol acabase dando con sus huesos en Armenta, una ciudad de provincias en la que nunca pasa nada. O en la que, para una vez que pasa algo – por ejemplo un doble crimen ocurrido en unas circunstancias harto intrigantes – el encargado de resolver el misterio siente compasión por el único implicado que parece ocultar información  y se niega a apretarle las tuercas.

                Pero no es este el único detalle que niega a El animal piadoso la posibilidad de ser  una novela negra. Las reglas del género exigen la aparición de un buen número de sospechosos, o al menos candidatos a la ejecución del crimen. Además de muchos, todos ellos deben tener un móvil y haber dispuesto de la ocasión para cometer el doble asesinato. En el juego de sombras y falsedades se desenvuelve la trama preparatoria de la sorpresa final. Hasta aquí, las reglas del género. Pero en esta novela no hay nada de eso. Encima de ser mayores, la mayoría de los implicados están muertos o en unas condiciones físicas tan lamentables que difícilmente van a propiciar un vuelco espectacular en la narración. Aunque tampoco hace ninguna falta porque Luis Mateo Díez se mueve con una curiosa soltura por el lado oscuro del alma, allí donde se supone que anidan el miedo, la debilidad, la traición o la venganza, que no la nostalgia, como ya he dicho: nadie parece sentir que cualquiera tiempo pasado fue mejor. Ni lamentar la inacción cuando pudo actuar. Ni tampoco creer que bien merece una segunda oportunidad. El ex comisario Mol, catorce años después de ocurridos los hechos, vuelve al escenario del crimen y busca indicios recurriendo incluso  a los muertos, o al diálogo con los fantasmas del pasado. Salvo que su mirada escudriña con más interés – y conocimiento de causa -el pasado que el presente, y no digamos nada el futuro. Porque no hay tal cosa como el futuro. Sólo un fluir de lo mismo hasta que de repente, un día, el mecanismo se pare. Como se paró un día el mecanismo de su esposa, de la que tampoco nos llega ni un atisbo de ternura, desvarío o lamento por lo que parecía que iba a ser y no fue. Un día se paró como se le está parando la relación con su hija. A la que quiere, claro está, como probablemente quiso a su esposa un día. Solo que el animal piadoso, desde su imprecisa soledad, se siente acosado por una culpa que no lo es, pues en último término si de algo se puede acusar es de no sentir por sí mismo la misma piedad que le provocan los demás. Y este sí que es una indagación azarosa, y plagada de trampas. Pero cuya resolución probablemente esté aguardando en una próxima novela porque, como no podía ser menos, el ex comisario Mol se desvanece en la distancia sin dar una respuesta convicente. O sea que tenemos tema para rato.

 

El animal Piadoso

Luís Mateo Díaz

Galaxia Gutenberg

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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