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Diario de Oaxaca

Javier Fernández de Castro

 

A primera vista no parece una propuesta de lectura demasiado atractiva. Primero porque se trata de la reedición de una obra relativamente reciente (2002). Y segundo porque es el relato de un viaje de diez días realizado por unos botánicos norteamericanos aficionados para ver helechos en el estado mexicano de Oaxaca. Si además de despistado (por no haberse enterado en su día de las excelencias del presente escrito) el lector es algo desconfiado tiene todo el derecho de preguntarse: "¿Helechos? ¿Cómo pueden dar material para escribir un libro las andanzas de unos adultos tirándose por los suelos provistos de una lupa para captar las intimidades anatómicas de unos hierbajos medio secos y perfectamente anodinos?". Para verificar que de verdad se trata de unos hierbajos anodinos y que no se ha perdido una fiesta espectacular  el lector acude al saber no partidista de la enciclopedia. Y allí, tras ser rebotado a la entrada Pteridofitas, se ve sucintamente informado de que se trata de plantas cormofitas (porque tienen cormo) y de raíces adventicias. El esporofito es el órgano productor de las esporas, una unidad de dispersión que puede aguardar durante siglos la llegada de las condiciones idóneas para la reproducción. La cual tiene lugar porque en el gametofito se forman los arquegonios, origen de las gametas femeninas, y los anteridios, origen de las gametas masculinas móviles flageladas. A partir de ahí seguirán seguramente varias columnas más de apretado texto en las que se dan indicaciones igual de misteriosas (más que nada por ininteligibles), y escasamente alentadoras. Porque si las 155 páginas que tiene el libro de Sacks van de lo mismo, estamos apañados. Piensa el lector.

Pero esa desconfianza es fruto del no conocer lo que sabe hacer un buen escritor con un tema cualquiera, por poco prometedor que parezca dicho tema. O sea, que el verdadero problema es una cuestión de sabiduría, y el propio Sacks lo dice a su manera: ese mismo paisaje pedregoso y salpicado de matojos que el hastiado viajero inexperto lleva horas contemplando desde la ventanilla del autobús, para el conocedor es el escenario de una grandiosa epopeya en la que cada vegetal, perfectamente individualizado y poseedor de rasgos caracterológicos únicos, forma parte de un ejército en lucha por la supervivencia frente a otro ejército impulsado por la misma necesidad de persistir, con zonas en las que uno de los combatientes está batiendo a su enemigo y ocupando claramente el territorio en disputa, mientras que en otro sector el resultado de la batalla es del signo contrario. Ello es así a veces por la perturbadora acción del ser humano, pero a veces por la intervención de aliados inesperados, como pueden ser esos pájaros que al comer los frutos de árboles y arbustos luego dispersan las semillas al defecar. O esos insectos que al ser atraídos por los lujuriantes e irresistibles colores de las flores polinizan a las plantas que las producen en detrimento de aquellas cuyas floraciones son irrelevantes y que perderían definitivamente la batalla de no ser porque, en ocasiones, cuentan con la inestimable ayuda del viento que hace las veces de insecto y se encarga de dispersar el polen. Otras veces el factor decisivo es la evolución, o un cambio climático que se demostró letal para unas especies y beneficioso para otras (capacidad de adaptación, etc). Es decir, el paisaje es el mismo, pero un buen guía es capaz de transformarlo, como bien dice Sacks: "Esto me recuerda otro viaje en autocar, por el estado de Washington, con otra amiga de Guam, cuyo conocimiento de la geología hacía que el paisaje inorgánico, las formas del terrenos que se sucedían a nuestro alrededor, cobraran vida. Casualmente, también ella era pteridóloga, pero su "ojo geológico", tan bien desarrollado, aportaba una dimensión y un significado adicionales a cuanto veíamos".

Personalmente he podido observar que pasa lo mismo si viajas con alguien que sabe de meteorología y de su signo más visible, las nubes; o de quien sabe leer el curso de los ríos y la lucha de éstos por la subsistencia, tan dramática que el observador apasionado puede incluso tomar partido y mantener una querella personal contra alguno de ellos, como le pasa a Rafael Sánchez Ferlosio con el Jalón, al que invariablemente califica de "río ladrón" porque, allí donde su cuenca casi se toca con la del Tajo, a lo largo de los siglos le ha "robado" más de un afluente, y todo el mundo conoce la preferencia del maestro por el Tajo a partir de su río favorito, el Jarama. Y lo mismo pasaba con Juan Benet, pues de pronto podía decirle a su chófer "Para un momento ahí" y ese ahí era un altozano desde el que se divisaba un valle sin el menor interés aparente, aunque una estrecha garganta situada a mitad de la ladera de enfrente resultaba ser el lugar elegido por Asdrúbal para tender una mortífera emboscada a los hermanos Escipiones, aunque también podía ser el escenario de una escaramuza entre moros y cristianos o una persecución de las tropas napoleónicas contra una partida de guerrilleros. No obstante, lo más frecuente era que se tratase de  uno de sus temas favoritos, por ejemplo, una maniobra de distracción planeada por el general Rojo en el frente del Guadarrama para aliviar la tensión en la Ciudad Universitaria de Madrid. O sea, unos viajes altamente instructivos pero interminables.

Lo cual no es el problema de este ameno e instructivo diario, y el lector despistado que se perdió la anterior oportunidad de conocer las andanzas de Oliver Sacks y su banda de amables chiflados pteridólogos hará bien en vencer su desconfianza y llevarse esta vez el libro a casa. Total es el relato de diez días de viaje, y diez días se pasan volando, como bien estarán comprobando en sus propias carnes quienes ya estén de regreso de sus vacaciones estivales.

Diario de Oaxaca

Oliver Sacks

RBA

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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