
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Fernández de Castro
Esta recopilación de escritos de viajes (1950─1993) arranca con un texto de 1958 que no sólo da título al volumen sino que refleja lo que Bowles entendía por literatura de viajes, casi como si fuera un manifiesto. Y curiosamente recuerda en efecto a los manifiestos que tanto gustaban de lanzar los vanguardistas y que por lo general lo que de verdad ponían de manifiesto era la diferencia entre lo que decían y lo que hacían, o si se prefiere, la distancia entre teoría y práctica.
Desde finales de los años 50 a hoy han ocurrido muchos fenómenos fundamentales para entender la transformación sufrida en el concepto de viaje, y ahí están para probarlo la masificación del turismo, el uso universal del avión o la aldea global de Internet; las propias guías y las oficinas de turismo que ya proliferan incluso en los más remotos países bastarían para cambiar la costumbre social del viajar. Quiero decir que "Desafío a la identidad" ofrece ideas interesantes, pero también refleja el mucho tiempo pasado desde que fue escrito.
Pero es el propio Bowles quien pone de manifiesto el cambio experimentado por él mismo. Desde los 19 años en que se fue de casa y hasta bien cumplidos los 30, Bowles se sumergió en la cultura "con la voracidad omnívora del norteamericano libre". Anduvo de aquí para allá (por ejemplo en España) pero su aprendizaje fundamental lo llevó a cabo en París, donde además de visitar reiteradamente los templos culturales obligados frecuentó a artistas, intelectuales y gurús como Gertrude Stein, quien le ofreció dos consejos que se demostrarían decisivos: uno, que dejase de escribir poesía porque no era lo suyo, y dos, que se fuese a vivir a Tánger porque le resultaría mucho más provechoso que la Costa Azul. Y vaya si acertó.
Años más tarde, sin embargo, un Bowles más atemperado y bregado en el oficio de viajar escribía: "Si se me presenta la opción entre visitar un circo y una catedral, un café y un monumento público o una fiesta y un museo, me temo que por lo general me decantaré por el circo, el café y la fiesta". Sin ir más lejos, gracias a ese cambio de actitud disponemos hoy de un texto tan magnífico como "Café marroquí", capaz de suscitar en el lector un intenso anhelo que no puede ser nostalgia, puesto que no habrá conocido establecimientos como los que ahí se describen, pero sí un irremediable sentimiento de pérdida porque ya entonces Bowles los daba por perdidos.
Paul Bowles está tan indisolublemente ligado a Marruecos que todos los textos que abren esta recopilación (hablan de París, Turquía y España) no dejan de ser una introducción a veces curiosa, como la visión de esa Costa del Sol que para su desgracia acabaría conociendo muy bien debido a que su esposa Jane pasó allí los quince últimos años de su vida recluida en un manicomio.
La temperatura sube inmediatamente cuando se llega al kif, un amado compañero de viaje que le iba a acompañar toda la vida y acerca del cual ofrece toda su experiencia y conocimiento en forma de glosario. Y a partir de ahí empiezan las andanzas por Marruecos, primero un año entero grabando música tradicional por las montañas del Rif gracias a una beca de la Fundación Rockefeller [No resisto la tentación de plantear la pregunta de qué pasaría si nuestros grandes hombres de empresa (me refiero a los que no están en la cárcel) en lugar de comprarse aviones privados y yates gigantescos dedicasen una parte de sus pútridas ganancias a financiar iniciativas culturales como ésta] y luego viajes diversos motivados por la única razón válida para viajar, es decir, el mero gusto de hacerlo y conocer gentes, lugares y espacios como el Sáhara, del cual ofrece una de esas descripciones que provocan de nuevo en el lector la ineludible necesidad de pillar un avión para ver con sus propios ojos tantas maravillas como ahí se describen. Y lo mismo pasa cuando habla de de Tánger, Fez o Casablanca, esa ciudad que por culpa de Ingrid Bergman y Humphrey Bogart sólo existe en la mentes de los cinéfilos fetichistas, quienes por consejo de Bowles deberían ir a buscarla en apartados callejones de Damasco o El Cairo porque la de verdad ni por asomo se parece a la de la película.
Lo que en definitiva transmiten los escritos de Paul Bowles es un rasgo personal muy característico y acertadamente resaltado por Paul Theroux en el prólogo: "Estos textos no sólo reflejan la larga y plena vida de Bowles sino que también iluminan sus brillantes ficciones. Ésa fue la vida que él eligió. Nunca transigió y siguió su camino de forma admirable, escribiendo lo que quería, sin hacer nunca nada que no quisiese hacer; y así hasta su muerte".
Desafío a la identidad (Viajes 1950─1993)
Paul Bowles
Traducción de Nicole d´Amonville Alegría y
Rodrigo Rey Rosa
Galaxia Gutenberg