Iván Thays
Karin Boye
Karin Boye es una poeta sueca, poco conocida en castellano pero una celebridad en su idioma, que murió en 1941. Testiga de los peores años de Europa, se animó a publicar la novela Kallocaína (Gallo Nero), una distopía que, según la reseña de Sergio Rodríguez Prieto en El País, se une a otras novelas distópicas como La metamorfosis, Un mundo feliz, 1984, El señor de las moscas, La naranja mecánica o Fahrenheit 451. La reseña viene acompañada de una estupenda fotogalería de novelas distópicas.
Dice además:
El planteamiento de Kallocaína es sencillo: en un regimen totalitario un científico ?Leo Kall- da con una sustancia ?la Kallocaína- que una vez inyectada obliga a decir la verdad. Lo que no es tan sencillo, por supuesto, es el dilema ético que se deriva y que entronca directamente con uno de los principales temas de la poesía de Boye, la afirmación del individuo ante Dios y ante los demás (no en vano fue una de las autoras que abrió la veta de la poesía social y existencial que años después caracterizaría a la generación inmediatamente posterior, con figuras como Gunnar Ekelöf, Erik Lindegren o Karl Vennberg). Es ahí cuando gracias a esta sensibilidad de poeta que la novela engrosa las listas de la literatura referidas a las distopías, un género que tuvo su edad de oro entre el periodo de entreguerras y los primeros años de la guerra fría y que estuvo muy politizado. ¿Qué mejor antídoto contra el hechizo ideológico del ?enemigo comunista? que trasladar a escenarios de pesadilla cualquier proyecto de sociedad igualitaria? A través de la denuncia de los maldades del otro, la ficción servía como propaganda del mundo libre contra la amenaza roja, cumpliendo una doble función de exorcismo de los fantasmas del capitalismo (explotación, represión, discriminación?) y de legitimación del ?menos malo de los sistemas de gobierno?.
Afortunadamente, los aciertos del enfoque de Karen Boye superan esta dicotomía y abordan problemas que hoy siguen vigentes: la dialéctica de dominación/sumisión que opera en toda manipulación química del cuerpo humano, igual que la importancia del secreto como último reducto frente a la presión del colectivo, hacen que sesenta años después de ser escrita la historia de Leo Kall no resulte para nada ajena. Posiblemente porque es el producto de la especial sensibilidad de una escritora homosexual a la que le tocó vivir en una época y un país donde la rígida sociedad protestante empezaba a desplegar mecanismos cada vez más sofisticados de control social.
(?)
Literatura que va directa al hueso porque se ceba en el conflicto entre individuo y colectivo, profundizando en el viejo dilema igualdad contra libertad que acabaría provocando el eclipse de las luces y bañando en sangre la revolución francesa. Quizá la utopía tenga que seguir siendo eso, el lugar que no existe, pero que sirve como horizonte para el gran proyecto común que es la política con mayúsculas, un elemento esencial para la regeneración del imaginario social. Ya lo dijo Cioran en una frase hoy célebre de su libro Historia y Utopía (1960): ?Sólo actuamos bajo la fascinación de lo imposible: esto significa que una sociedad incapaz de dar a luz una utopía y de abocarse a ella, está amenazada de esclerosis y de ruina?.